Sensibilidad total. Luego de visitar las tumbas de compañeros de la guerra, el contingente de sanjuaninos cantó el Himno Nacional Argentino y la Marcha de Malvinas en el cementerio de Darwin. Sin dudas, fue el día más emotivo para los visitantes.

Fue como llegar a casa. Un puñado de veteranos sanjuaninos sacó las banderas argentinas de entre las ropas; algunos eligieron un lugar para atarlas y otros se las pusieron en los hombros. Ya no había que esconderlas para que nadie se moleste, el cementerio es un lugar argentino, donde reposan los héroes que no pudieron volver. Cada uno entró en silencio y empezó una caminata lenta, mirando cada lápida buscando a "sus" muertos.

Otros, se encomendaron a la tarea de poner en las cruces los rosarios que habían viajado en las valijas, casi 200 en total. "Es un homenaje a estos héroes, una forma de agradecerles", explicó el más veterano del grupo, Luis Roberto Alonso de Armiño.

Fueron casi dos horas de escenas de angustia. Duilio Dojorti y Adolfo Rojo se desplomaron de rodillas al ver las lápidas de sus soldados (Simón Oscar Antieco y Eduardo Sosa). "Eran compañeros de compañía en Bahía Fox", relató con voz entrecortada el veterano oriundo de Huaco. "Éste -señala la tumba- era de Mar del Plata, estaba conmigo", apuntó César Rubina y se refiere al soldado fallecido Alejandro Dachary.

En la primera línea de cruces (de las 237 que hay en total) estaba rezando Osvaldo Escalona; "en este cementerio tengo a compañeros de camada, eran suboficiales, Mario Rolando Castro y Héctor Oviedo, y más allá extiende su mano hacia el Oeste del cementerio- está enterrado un jefe de Sección que tuve, Roberto Estévez", detalló.

Por su parte, Carlos Cherioni iba de tumba en tumba dejando una oración, tarea que también hizo Julio Ortíz. "Rezar calma nuestro dolor y eleva sus almas", dijo "El Corcho", quien se salvó de morir en el Crucero Belgrano. "Pude haber sido uno de ellos, pero Dios quiso que viva; no se merecen otra cosa que nuestro respeto y recuerdo permanente", agregó.

Pasó casi una hora en donde cada excombatiente expresó su más profundo dolor. Y llegó un momento de extrema sensibilidad cuando sonó el Himno y luego la Marcha de Malvinas para cantar fuerte dos hits que se extraña que suenen por estos lares. Lo entonaron con la voz entrecortada, con la garganta áspera de tanto buscar que se escuche en todo Darwin. Y el final estremeció: "¡Viva la Patria!", explotó como un canto de guerra en el medio de la inmensidad donde se emplaza el cementerio.

A los veteranos les costó marcar el adiós.

Era un momento muy esperado la visita a Darwin, habían pasado 5 días desde la llegada a las Islas y, en un abrir y cerrar de ojos, el paso por el lugar que recuerda a los soldados argentinos se terminaba.

El sendero de piedra hasta las movilidad tuvo miradas hacia atrás, tal vez buscando que quede grabado para siempre en sus retinas.

  • El dolor de Stella

Stella Maris pudo visitar la tumba de su hermano, Hugo Agustín Montaño, y su llanto simbolizó el emotivo momento que vivían todos los visitantes. Fue la última en irse. 

El contingente de la provincia tiene a 15 veteranos y a un familiar de un soldado muerto en la guerra. Se trata de Stella Maris, hermana de Hugo Agustín Montaño, quien fue alcanzado por un proyectil cuando reparaba un avión en Pradera de Ganso, en la Isla Soledad.

El dolor de Stella copó la escena desde el minuto uno que ingresaron al cementerio los sanjuaninos. Fue la primera en cruzar la tranquera de ingreso y caminó presurosa hasta hallar la lápida con el nombre de su hermano.

Lloró hasta el cansancio, abrazó la cruz como una forma de trasmitirle todo ese sentimiento. Puso un cuadro que trajo desde San Juan al pie de la cruz y luego le leyó una carta que escribió hace algunas semanas. Casi no se alejó de ese lugar y fue la última en irse. 36 años pasaron para que esta mujer pueda llorar sobre la tumba de su "compinche", como le gusta repetir en cada charla.

Se repartieron los 200 rosarios en casi todas las tumbas donde descansan
los restos de los soldados argentinos.


 

  • Darwin, el pueblo casi sin gente


Si no fuera por un puñado de familias que viven de forma permanente en Darwin (no más de 15 personas en la actualidad), sería directamente un pueblo fantasma. El lugar es pintoresco, de casas con techos a dos aguas (la cubierta es verde o color ladrillo) y paredes blancas. Todas de madera y emplazadas en un valle, entre los montes, a unos 3 kilómetros del cementerio y a 78 kilómetros de Puerto Stanley.

Apenas una coqueta casa de té le da vida por estos días al lugar. Alrededor, todas ovejas. Dos torres eólicas en el perímetro del caserío dan electricidad y explican cómo sobreviven en medio de tanta soledad.

En Darwin las tropas nacionales ofrecieron una férrea resistencia, principalmente las baterías de piezas antiaéreas que derribaron varios aviones Harrier y uno de los militares que hizo blanco en tres de ellos (terminaron derribados mientras que otros tuvieron daños) fue César Rubina, el mendocino que desde hace años vive en San Juan e integra la delegación de la provincia.