Era un 15 de febrero. La pequeña Sheila lloraba desconsoladamente. Su parto prematuro hizo que debiera permanecer varias semanas internada en Cuidados Transicionales de Neonatología del Hospital Rawson.  Al momento de nacer, la beba presentaba hematomas en su cuerpo que hacían sospechar que su llegada temprana al mundo estaba relacionada a un intento de aborto. Su mamá la había abandonado y ni siquiera tenía ropa. Con su kilo y medio, aún no había aprendido a succionar por lo que casi no subía de peso.

Pese a todas las dificultades que la vida le puso en el camino, superó todo. Los médicos que la trajeron al mundo eran muy pesimistas y la beba estaba tan grave que creyeron que no sobreviviría. Pero la vida tenía otros planes para ella.  

Esa noche, Luciana Gasquez, enfermera del nosocomio, la escuchó sollozar, por lo que ingresó a la sala, la tomó en sus brazos y logró lo que nadie hasta ese momento había podido conseguir: que la pequeña se calmara, se durmiera, sintiera ese pecho como una cuna propia. Y es que la beba tenía una irritabilidad compatible a la adicción a las drogas que tenía su madre.

“La acurruqué, la tapé con una sábana. Y se durmió. Fue amor a primera vista, algo que con otro bebé no sentí nunca. Esos ojos me miraban y yo me derretía”, dijo la joven emocionada a DIARIO DE CUYO. “Llegué al otro día y le pregunté a mi mamá si podía traer una beba para cambiarle la realidad, me dijo que sí y todo se fue dando”, agregó.

Luchy, como le dicen, comentó que durante la internación de la nena, la mamá biológica fue una sola vez a ver cómo estaba y por eso decidió comenzar los trámites para obtener una custodia provisoria. “Quería darle una mejor calidad de vida”, señaló.

“Jamás voy a olvidar el día en que la jueza me llamó para una audiencia. Nadie me avisó que me la darían. No tenía nada de nada. Me acompañó mi mamá. Sheila ya pesaba casi tres kilos y estaba en condiciones de recibir el alta. De inmediato fui al hospital  para hacer los trámites y poder llevármela”, relató.

Todo ocurrió muy rápido. La chica tenía 25 años y ahora debía hacerse cargo de una nena, que le llenó el alma. “Llegué a mi casa con un bebé. Sin saber nada, mi papá y mi hermana salieron a comparar pañales, leche, todo. Mi vida cambió de un día para el otro”, prosiguió Luciana.

Las cosas se complicaron cuando la mamá de Luciana enfermó de cáncer y falleció. “Fue difícil, me quedé sin mi pilar, pero Dios siempre estuvo a mi lado”. Con una fe inquebrantable, la joven no se detuvo y ese año, pese a sus nuevas ocupaciones y a dormir sólo tres horas diarias, se recibió de Licenciada en Enfermería.   

"Algunos me dijeron que estaba loca, que me arruinaría la vida. Ellos están locos. Con mi hija logré cosas que no sé si las hubiera logrado estando sola"

Por una hipoxia, Sheila nació con parálisis cerebral y sufre serias convulsiones, por lo sus días transcurren en una sillita especialmente adaptada. Sin embargo, a sus 6 años, es una nena feliz. “No camina, no come por sí sola, pero le hice muchos estudios y está bien a nivel nutricional. Va a un centro de rehabilitación para recibir estimulación. Si me falta plata, hago cosas dulces para vender. Con huevos de pascuas le compré la silla y pagué un estudio que no cubría la obra social”, dijo Luchy.

“Ella me enseñó a ser mamá sin pensarlo, me enseñó a seguir a delante cuando mi mamá falleció, me sacó de la depresión, con su risa, su mirada y hasta sus abrazo a su manera… Qué más puedo pedir, siempre está a mi lado, es mi locura. Es agradecida. Algunos me dijeron que estaba loca, que me arruinaría la vida. Ellos están locos. Con mi hija logré cosas que no sé si las hubiera logrado estando sola”.

Luciana, una mamá del corazón, con un corazón tan grande que no le cabe en el cuerpo.