La palabra liderazgo proviene del inglés “to lead” que significa guiar. El liderazgo es el arte de influir en las personas para que se esfuercen voluntaria y entusiastamente para la consecución de objetivos grupales.

Puesto que la gente tiende a seguir a quienes le ofrecen medios para satisfacer sus deseos y necesidades; un buen líder es aquel que posee cualidades de personalidad, y capacidades que inspiran confianza. Generalmente son personas carismáticas, que trasmiten la sensación de ser accesibles y abordables por quienes lo siguen; que valora la labor que éstos realizan, interesándose en escuchar, conocer y comprender sugerencias y necesidades se los mismos.

La población más joven puede ser la más propensa a unirse para seguir a un líder, ya que están en pleno trabajo de formación de su identidad como personas de una sociedad y de la determinación de su lugar en el mundo; por lo que ante la incertidumbre propia de este proceso, el agruparse en el seguimiento de una personalidad que los represente, les otorga sentimientos de pertenencia y seguridad.

La pérdida de un líder implica no sólo la pérdida de un ser querido y admirado, sino la posibilidad de perder parte de sí mismos, ya que quienes lo siguen depositaron en él la realización de anhelos y expectativas personales.

Toda pérdida conlleva sentimientos de dolor y tristeza, sensación de haber sido despojado de algo valioso, quedando un espacio vacío que genera cierto desequilibrio y desorientación. Es común, tras la muerte de un ser valioso y admirado, la tendencia a reforzar una especie de idealización o endiosamiento del mismo, opacando sus falencias.

Los procesos de duelo son largos y en general existen acuerdos sobre la existencia de cuatro fases:

* Una primera fase de shock en el que se niega la posibilidad de la pérdida (en caso de muertes abruptas ésta etapa es más traumática y difícil de superar).

* Una segunda etapa de bronca y protesta, con el anhelo de que la persona vuelva.

* Un tercer momento de desesperación o desorganización, al confrontarse con la ausencia irreversible;

* Cuarta fase, en la que las personas, tras un período largo de adaptación, recuperación y reorganización, logran mayor disposición y apertura para establecer nuevos vínculos y se entrega a la búsqueda de nuevos objetivos compartidos o redefinición de los existentes.

En el caso de que exista una personalidad fuerte, ligada a la imagen del líder perdido, es probable que el grupo en duelo realice un desplazamiento por asociación de las cualidades del mismo, tomándolo rápidamente como guía, para reestablecer el equilibrio perdido.

En nuestra cultura, la factibilidad de acceder personalmente a la ceremonia funeraria de los líderes, permite la libre expresión de emociones y la despedida cercana y vivencial, lo cual facilita la resolución sana del duelo, ya que el duelo compartido en grupo social puede brindar compañerismo y amistad, dando alivio y protegiendo de la sensación de vacío y desesperación.

Por Mónica Oliveros, licenciada en Psicología