Pese a la experiencia de llevar por lo menos 25 años bailando -actualmente tiene 28 y dice que empezó con 3-, a Memi, tal como la llaman propios y ajenos a María Mercedes Claudeville, le costó encontrarse en el rol de Aurelia Vélez para el que había sido elegida.

"No la entendía como mujer por eso me costaba interpretarla. No me la imaginaba teniendo semejante amor, pasión e inclusive un aspecto sexual tan fuerte por un hombre 30 años más grande. En realidad, me resultaba raro, encontrarla en mí. De a poquito y con el valiosísimo aporte de los directores, me fui metiendo en su personalidad y hasta comprendí que a ella le pasaba lo que a mí con uno de mis maestros, Aichi Camine, por quien siento una admiración increíble como persona. Ahí pude construir el personaje e interpretar un amor tan grande y con tantas diferencias pero a su vez cargado de un espíritu romántico que puede lograr igualar a las personas. Mi Aurelia entonces no sólo era dramática en los movimientos para representar el dolor por una relación que implica una separación y un amor no vivido plenamente, sino que además es una mujer pícara y hasta un poquito atorranta, si así puede definírsela´´, explica el proceso que tuvo que pasar hasta poder moverse con soltura y fineza en el escenario, perseguir, tocar, jugar, seducir y hasta robarle un apasionado beso a un Sarmiento ya entrado en edad, el gran amor de su vida.

Para Mercedes este no es un personaje más en su carrera (aunque no era la única interpretación que hacía, ella bailaba en un preludio de la obra que finalmente se quitó del guión). Es el papel que la trajo nuevamente a su San Juan natal (vive desde los 17 años en Capital Federal) y es el que le posibilitó capacitar al resto de los bailarines en técnicas de arte contemporáneo, un espacio en la danza del cuál los locales todavía están un poco desinformados. Se comprometió tanto con sus pares, con los cuáles entabló una amistad que sigue por Internet, que se han jurado intercambiar conocimientos: los bailarines le enseñarán folclore y a cambio que ella les de clase de lo que sabe.

Casi como jugando, aprendió danza y expresión corporal de la mano de su mamá, Alejandra Lloveras (NDR: directora coreográfica del evento y una de las propietarias del Studio Uno). Hizo la carrera completa en estas artes y cuando se recibió se fue a Buenos Aires a audicionar en la Escuela de Julio Bocca y luego en los talleres del Teatro San Martín. Hasta ahí todo era lo esperado. Sin embargo, empezó a plantearse otros rumbos: para desafiar el mandato familiar y poder descubrir si lo suyo era una verdadera vocación, abandonó las zapatillas de danzas y ese mundo. Empezó a estudiar Licenciatura en Historia -lo que le hizo más fácil el camino para entender la época de Sarmiento- y entre los libros redescubrió que su pasión era bailar. "Volví pero con otro cuerpo, con otra cabeza y con ganas de trabajar desde otro lugar. Ingresé en un mundo distinto, el de la danza contemporánea para expresar lo que es la danza hoy de manera independiente. Y eso es lo que quiero dejar en San Juan´´, cuenta.