Sólo tenía diecisiete años, la última temporada prácticamente se la pasó dentro de las canchas, jugaba con su división, también en la Segunda y era el primer cambio en la Primera. El viejo entrenador lo convocó a la preselección, porque su juego lo deslumbraba y porque sabía que ese pibe era el abanderado del futuro ya que jugaba como lo hacían los del pasado. El jovencito fue, se mezcló con los monstruos que venían de Europa, no sólo no conocía a ninguno sino que tampoco jamás los había oído nombrar, esas cosas nunca le interesaron. Sus patines y el stick daban pena comparados con los de los profesionales, pero el chico gambeteaba para adelante, superaba rivales y nadie entendía nada, hacía su jugada característica: bocha dominada, pique por derecha hasta el fondo, clavar los frenos justo en la línea paralela de gol y meter el pase exacto dejando de frente al compañero que aparecía en el área. Físicamente su estado era irreprochable y a la hora de tomar marcas no se quedaba atrás.

El chico tenía una marcha solitaria en la vida, pocas veces alguien lo acompañaba a las prácticas, sus más cercanos eran el bolso con los elementos y un infaltable MP3, era muy bueno pero aún no explotaba, todavía no había fotos en los diarios ni notas en la tele o radio, ni siquiera en el barrio sabían de su inmenso talento. Tenía amigos pero su timidez le impedía compartir las tristezas profundas que a esa edad ya le taladraban el alma. Empezó como la mayoría, de la mano de un mayor llegando a los tropezones a la canchita que estaba a tres cuadras de casa y ahí armó el romance con el pique y el freno, con el gancho y contra gancho, con eso de darle de aire y ponerla al ángulo, con hacer verdaderos golazos y gritarlos mirando al techo celestial.

El primer indicio que tuvo fue cuando el coordinador le preguntó si tenía pasaporte y el pensó por qué la profe de Geografía nunca le dijo que para ir a la Península Ibérica había que hacer tanto trámite. Llegó el día del anuncio de la selección definitiva que iría representando al país a ese campeonato, él estaba sentado en la pista, mirando asombrado el rostro tenso y nervioso de las estrellas, el viejo DT pronunció cuatro apellidos, eran de los que se quedaban afuera del grupo de catorce. Su nombre no se escuchó, hubo un rato de silencio y luego la primera reacción de todos fue abrazar a los muchachos desafectados, al rato a los más experimentados les cayó la ficha de que tenían un compañero nuevo en esto de ponerse la celeste y blanca y lo arrinconaron contra la baranda con un inolvidable catatán de bienvenida.

El pibe patinó despacio hasta el camarín mirando de reojo y comprobando que nadie había esperándolo en las tribunas, se quitó la indumentaria, se bañó lentamente, salió hacia la calle de pantalón corto y una remera sin mangas, se cruzó con un compañero que subía ya al auto importado 0 kilómetro y le preguntó si se sabía el celu del Paraíso. El otro pensó que le hablaba del boliche de moda y le pasó un número, entonces el pibe escribió rápido un mensaje en su desgastado móvil telefónico y lo envió, el correo decía: "Papi, avisale a la mami que voy al Mundial". Miró hacia el cielo y creyó leer en una nube: "Hijo querido, nosotros iremos con vos", entonces se preocupó, pensó con la candidez con que lo hacen los pibes a esa edad: "Otra vez los viejos se quedaron sin crédito".