Las pistas que usábamos en mi barrio eran el cordón de las veredas, los laterales del pasillo con mosaicos de alguna casa, un tierrero en un fondo amplio y también con una manguera de regar armábamos las rutas con la particularidad de que podíamos crear el circuito que se nos ocurriese, sobre todo un ocho, y hacíamos el puente con un tarro de leche cortado y estirado. Si dicha manguera se colocaba en una superficie deslizable, los autitos se acodaban contra el riel y con nuestro impulso adquirían velocidades impresionantes, incluso cruzándose de carril.

Se sabe de grupos que ya pasaron los 30 años, con sus vidas encaminadas, por lo menos una vez al año se reúnen en el patio de casa de alguno o ya directamente en la finca, llegan con sus máquinas en un bolso, a alguno ya le cuesta agacharse pero igual se permiten participar en una nueva competencia, al que le sacan vuelta hace el asado y el ganador descorcha una gran botella de cinco litros de la bebida espumante.

Pregunto muchachos, esta publicitada vuelta a la Fórmula Uno del alemán Schumacher y su negativa posterior por dolencias en la nuca y piernas (ídem a los inconvenientes de los pilotos del barrio), ¿no será un mensaje para todos nosotros?: que urgente busquemos en la pieza del fondo los viejos autitos de carrera, que mañana nos presentemos a primera hora en la mejor juguetería que se precie para adquirir un gran chasis última generación, que salgamos a molestar vecinas para pedirles por una siesta la manguera, que salgamos a buscar la gloria de una bandera a cuadros.