Pintar la cordillera desde sus mismas entrañas, sometido a sus propias leyes, bajo el sol incandescente o el gélido frío, con el viento a su antojo y su propia tierra mezclada entre los pigmentos, rehenes a su vez de las aguas heladas que les imprimen formas jamás vistas. Imponente, amoldarse a su designios, tiranos a veces, condescendientes otras. Reflejarla, finalmente, tal como ella quiere, hasta donde ella quiere. Convertirse, en definitiva, en apenas un instrumento librado a su dominio, en un pincel humano guiado por su mano rocosa. Entonces, cuando ya uno se ha consustanciado con ella, desde la inmensidad y la insignificancia, evocar otra grandeza -humana esta vez- que también se estremeció entre sus laderas profundas y descansó bajo su cielo: La gesta sanmartiniana. Y, finalmente, lograr plasmar sobre lienzo todas esas sensaciones, esa experiencia. ¿El resultado? Dos imponentes murales que reinan en el salón Cruce de los Andes del flamante Centro Cívico. Y detrás de estas dos piezas de 2,60 por 3,50 metros, cuyos colores se roban las miradas en medio de una ambientación minimalista, está el artista plástico y arquitecto Carlos Gómez Centurión. Fue a él a quien el Gobernador de la provincia le encomendó realizar una obra que de algún modo resumiera el espíritu con el que querían dar vida al lugar. Pintor de entre montañas, Gómez Centurión -que ya había hecho varias incursiones por el estilo, una de ellas la recordada aventura del Mercedario, que concluyó con la muestra Digo la cordillera en 2004; y que también había participado del Cruce Sanmartiniano- volvió a adentrarse en los macizos sanjuaninos para crear estas obras que permanecerán expuestas en esta sala de reuniones protocolares de manera permanente.
No bastaron los recuerdos, las fotos, las filmaciones y los dibujos que el artista ya tenía en su poder de excursiones previas. Hacía falta más. Y fue así que, de un día para otro, armó su expedición personal junto a un par de amigos y un baqueano que lo guió por el camino del Libertador.
"Volver al cerro fue clave, porque no se trataba sólo de pintar un paisaje, sino la vivencia", comentó el artista. "Cuando uno se planta delante de la montaña se siente su pulso. Y si te conectás, ella se pinta a través de uno", agregó.
"Bastante inconsciente" como se confiesa ya con la misión cumplida, cargaron comida y materiales de trabajo -ningún elemento de comunicación por si sucedían imprevistos, que afortunadamente no hubo- y partieron a buscar "eso" que -dice- sólo se siente allí arriba. "Eso" que fue moviendo su mano, a miles de metros de altura, bocetando lo que serían las primeras obras suyas que se exhiben en un edificio público.
Todavía extasiado por la experiencia, que de principio a fin demandó más de tres meses; Gómez Centurión cuenta que previo a la partida hubo un trabajo de investigación sobre el cruce, asesorado por Edgardo Mendoza. Embebido de historia, a lomo de caballo comenzó el ascenso. El objetivo estaba definido: la bravura de El Espinacito, que esta vez pudo atemorizarlo -"Será que estoy más viejo", reflexiona con una sonrisa- y La Honda, dos sitios que ya lo habían impactado y que quería rescatar.
"Hay mucha iconografía del cruce, más de 100 cuadros, pero nadie aborda el cruce real, no muestran ese costado tremendo, casi titánico de atravesar esos cerros súmamente empinados. Y me propuse modestamente poner el acento ahí", explica.
Cuando la marcha lo permitía y ante algún detalle que lo atraía, el pintor sacaba sus carbonillas, sus tintas y acrílicos y comenzaba a esbozar una suerte de "machete" detallado, que luego usaría para armar los murales. Largas charlas, una rica comida preparada en algún refugio por la buena mano del baqueano (bifes a la criolla, carbonada e incluso un asado) y sueño reparador en las carpas o bien a cielo abierto -"Es fabuloso, las estrellas caen sobre la cara", describió extasiado- matizaron la estadía entre los cerros a lo largo de una semana, en la que fueron testigos privilegiados de la naturaleza, incluida una pelea de relinchos de guanacos.
Impregnados de imágenes y sensaciones, emprendieron el regreso que ponía fin a una etapa y abría otra: trasladarlas al lienzo. En su taller, rodeado de cerros zondinos y usando una técnica china, dividió el blanco en franjas horizontales y en cada una fue poniendo parte del recorrido. Primero grandes masas de color y "manchas domesticadas", luego los detalles hasta la figuración.
"Ninguno de los dos paisajes que se ven son reales, sino que son una sumatoria de paisajes reales, unidos por una línea roja que hace referencia al ejército", precisa el realizador, que -óleos, acrílicos, tintas y demás materiales en mano- llegó a trabajar 11 horas diarias el último mes, hasta que lo que vio sació su pulso.
"Puedo decir que la cordillera es mi tema. Pero mi actitud como pintor no es más que una alabanza a la naturaleza", resume Gómez Centurión, satisfecho con su cruzada.