Lo más grave de los procedimientos caricaturescos en torno a la designación del plantel argentino que afrontará su compromiso frente a Jamaica excede por mucho al partido mismo: lo más grave es que retrata un desbande organizativo que a cuatro meses del Mundial pone los pelos de punta.

Si incluir a cuatro jugadores de Estudiantes ya constituía un disparate (desde el momento que hace rato se sabía que el jueves 11 el equipo platense jugará por la Copa Libertadores), convocar a Juan Pablo Pereyra, quien acababa de ser operado, supera todo lo imaginado y coloca el escenario en clima de carnaval.

Pero si el hecho en sí reviste gravedad, ni qué decir de las brumosas explicaciones de Carlos Bilardo, cada día más difícil de interpretar, cada día más desdibujado y por añadidura cada día menos reconocible en sus mejores virtudes de genuino animal futbolero.

¿Cómo debe entenderse que diga, a propósito de los futbolistas de Estudiantes convocados, “los ponemos y vemos”?

¿Ver qué?

¿A quién se le podía ocurrir que la conducción de Estudiantes, el entrenador Alejandro Sabella, etcétera, iban a consentir que le desmantelaran el equipo a cambio de un amistoso playero?

íBilardo tiene 50 años en el fútbol!

Claro que el principal responsable de la Selección es Diego Maradona y que sus ayudantes de campo (Héctor Enrique y Alejandro Mancuso) deben tener algún tipo de influencia.

¿Dónde estaba Maradona?

¿Dónde estaban Enrique y Mancuso?

Este episodio, que por cierto no es el primero, confirma de manera patética que la Selección carece de un norte claro, de esfuerzos mancomunados, de rigor.

Y entre otras consecuencias confirma el prejuicio, la deducción o la presunción de que se trabaja poco o en todo caso se trabaja mal.

Ni con arrebatos de crepitantes optimismos puede convenirse que la Selección Argentina marcha en la dirección adecuada.

Soñar, se sabe, soñar no cuesta nada, pero de momento imaginar un Mundial fecundo para la albiceleste implica todo un ejercicio de pensamiento mágico.

Walter Vargas / Agencia Télam