Por Miriam Walter

Pasadas las 23 me preguntaron por sms dónde estaba. Contesté que "entre las sardinas enlatadas de la platea Este". Allí llegué antes de las 20, y me alegré de que, más allá de los colados que se metían a la fila sin pudor, a las chicas nos hicieran entrar diferenciadamente de la fila masculina. Adentro pasé tres accesos a las gradas con policías diciéndome que no había lugar. Al lograr ingresar, tras pensar varias estrategias, pude acomodar el trasero en los escalones pidiendo mil permisos. Al minuto no cabía un alfiler y, con la gente que se instaló parada adelante, los sentados nos dimos cuenta de que para ver, debíamos estar de pie toda la noche. Ninguno de los cantitos y palmas masivos por el "sientensé", logró inmutar a los recién llegados.