La encuesta que hoy presentamos muestra a los jóvenes que terminan sus estudios secundarios en una actitud positiva y a la vez contradictoria. Por un lado evalúan como aceptables los conocimientos adquiridos en los colegios y a la vez expresan que no son lo suficiente para ingresar a la universidad. Sienten más seguridad en estar preparados como persona para el ingreso que en los propios conocimientos. Esta contradicción no debe alarmarnos. Es perfectamente comprensible en jóvenes-adolescentes de 17 años aproximadamente. Los miedos viven en nosotros y más aún cuando se trata de algo que es visualizado como “grande” o “enorme”. Y este es el imaginario en referencia a la universidad: algo desconocido donde se juegan una parte significativa de sus vidas. Si es llamativo el cuadro que define las razones de la elección, y que la vocación sea decisor sólo en la mitad de los postulantes se transforma en un número escaso y pragmático a la vez. Pues nos está indicando que la otra mitad prefiere carreras de “buena salida laboral o prestigio”. Estos son vestigios de nuestra paternidad más que de ellos mismos. Somos -probablemente- los padres quienes pensamos y transmitimos que no deben estudiar carreras “sin sentido”. Pues la mayoría de nosotros partimos del criterio que la universidad es la principal escala de movilidad social y casi el único camino para progresar. Y en la sociedad actual progresar se asocia -muchas veces- a la billetera, lamentablemente. Otro aspecto interesante es que 7 de cada 10 chicos aspira a estudiar en la universidad. Un número muy apropiado e interesante para sociedades como las nuestras. Pero las estadísticas de la universidad argentina afirman que del total de ingresantes sólo 2 de cada 10 será un futuro profesional. O dicho de otra forma: 3 no estudiarán en la universidad, 5 se quedarán en el camino (desertarán) y 2 serán profesionales. Por el doctor Antonio De Tommaso, director de IOPPS
