Vencedor al final del día. Uno de los pocos retratos existentes del general Mariano Acha, vencedor en Angaco. Su suerte, igual, cambiaría poco después.


La Batalla de Angaco producida el 16 de agosto de 1841 es considerada una de las más sangrientas dentro del período de las guerras civiles argentinas. Tras largos años de interpretaciones históricas surgidas en los siglos XIX y XX, cabe mirar este notable episodio producido en la provincia de San Juan a la luz de renovadas perspectivas.

En primer lugar, se debe reconstruir el contexto histórico sin caer en anacronismos. Desde 1820 el actual territorio de Argentina se había constituido de hecho en una confederación de Estados provinciales que eran independientes, soberanos y libres entre sí. Sin embargo, en base a la trayectoria histórica común, varias de ellas decidieron mantenerse unidas bajo diferentes formas de acuerdos o pactos interprovinciales. Estos tenían el objetivo de mantener una tenue vinculación hasta el momento en que se decidiera organizar un Estado nacional. Esa era la aspiración general. Para lograrla se plantearon diversos proyectos de organización entre los que se destacaron la conformación de un Estado centralizado o unitario y diversas formas de entender cómo sería un Estado federal.

San Juan, al igual que otras trece provincias, era un Estado con todos los atributos en su conformación independiente: autoridades propias, representación exterior, ejército, autarquía fiscal, entre otros. Desde 1831 nuestra provincia había adherido al Pacto Federal que de hecho se había constituido en el soporte legal y político de la Confederación Argentina y había delegado su representación exterior en la provincia de Buenos Aires. La gobernaba desde 1836 el General Nazario Benavídez, caudillo que adhería a la política federal como la entendía el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas.

Cuando se firmó en Tucumán en septiembre de 1839 el pacto de la Liga del Norte, constituyéndose en una alianza defensiva-ofensiva contra el poder de Rosas integrada por Tucumán, La Rioja, Salta, Jujuy y Catamarca, Benavídez permaneció fiel al gobernador porteño. De esta manera se iniciaron unas acciones militares que estaban limitadas por los escasos medios materiales y financieros disponibles, pero que tiñeron de sangre gran parte de la Confederación Argentina por tres años.

En defensa del orden rosista, las tropas de San Juan conformaron el Ejército Combinado de Cuyo que quedó al mando del General Félix Aldao, gobernador de Mendoza. Éste inició su avance sobre La Rioja acompañado por Benavídez derrotando al gobernador riojano Tomás Brizuela. Desde Tucumán, el general Gregorio Araoz Lamadrid marchó en auxilio de La Rioja y Córdoba y para apoyar los levantamientos unitarios de San Luis y Mendoza. Como jefe de la vanguardia había nombrado al General Mariano Acha, pese a que no era de su estricta confianza. El porteño Acha comandaba una tropa de 600 soldados formada principalmente por salteños, cordobeses y riojanos. Como sabía de la ausencia temporal de Benavídez y las tropas sanjuaninas, invadió San Juan y tomó su capital a comienzos de agosto de 1841 pero sabía que Aldao y Benavídez se dirigían a marcha forzada para recuperar la provincia.

Es por ello que Acha, tras los más indispensables arreglos políticos y militares en la ciudad de San Juan, salió a enfrentar a las fuerzas federales en Angaco, por entonces un próspero distrito agrario de la margen izquierda del río San Juan. El campo de batalla elegido por Acha representaba una gran ventaja estratégica, pues dispuso sus tropas detrás de un canal con frondosa arboleda que le otorgaba una sólida línea de defensa, asegurándose además la provisión agua y pasto. El lugar era conocido como Punta del Monte que, según varios indicios históricos y cartográficos, estaba ubicado al norte de la actual Villa del Salvador, en donde las últimas tierras cultivadas se unían con el camino de la travesía a La Rioja. Para determinar fehacientemente el lugar de la batalla se debería realizar estudios históricos y arqueológicos especializados.

La historiografía argentina se ha ocupado de esta batalla de modo particular, pues por la jerarquía de sus protagonistas y el resultado de la misma representó un combate de gran significación histórica. Ernesto Quesada hace ya un siglo reconstruyó en Acha y la Batalla de Angaco este sangriento episodio, reuniendo la mayor cantidad de testimonios que pudo hallar y realizó una correcta crítica a los mismos. Por otra parte, Horacio Videla en su Historia de San Juan, ha disimulado algunos acontecimientos para favorecer la construcción de una memoria histórica en donde el peso de la derrota correspondió a la errática conducción de Aldao.

Los enfrentamientos comenzaron el 15 de agosto cuando la avanzada de Acha sorprendió a las primeras tropas de Benavídez que habían llegado a las cercanías de Angaco en el campo de Daniel Marcó, cuando estaban reponiéndose de la extenuante marcha por la travesía desde La Rioja. Este primer triunfo envalentonó a Acha y sus oficiales quienes decidieron enfrentar al grueso de las tropas federales que los superaban ampliamente en número. Pese a esta superioridad, no hubo un mando unificado de esta fuerza pues la relación entre los caudillos federales Aldao y Benavídez era tirante, sumado a lo cual se habían presentado nuevas diferencias entre ambos en la campaña contra Brizuela. Esta sería una de las razones por lo que combatieron sin coordinación entre sus tropas, circunstancia que favoreció a Acha y sus soldados.

El 16 de agosto la batalla comenzó a primera hora de la mañana con el enfrentamiento de las tropas de Benavídez, que no esperó la llegada del grueso del ejército de Aldo, y las fuerzas ya pertrechadas de Acha a lo largo del canal de riego que contenía poca agua. Los esfuerzos de las tropas sanjuaninas fueron infructuosos y debieron retirarse con grandes bajas. Enfurecido por la falta de coordinación, Aldao no auxilió a Benavídez y, pese a que ya se encontraba en el campo de batalla, permaneció inactivo hasta el mediodía. Sólo cuando la derrota del primer ataque fue evidente, ordenó el avance de su infantería y caballería.

Acha sostuvo su posición y logró diezmar el avance de la infantería federal con un certero uso de la artillería, que debió retroceder con grandes pérdidas. Una segunda carga de la infantería también fue rechazada por el fuego combinado de la artillería y los fusiles de las tropas que se atrincheraron detrás del canal. Simultáneamente se produjeron cruentos enfrentamientos de caballería. La inferioridad numérica de la caballería unitaria se compensaba con su mejor condición para el combate pues sus caballos estaban frescos y descansados, mientras que las caballadas federales se encontraban exhaustas tras la marcha.

Según detalla Quesada, se produjeron combates encarnizados a lo largo de todo el día con innumerables actos de heroísmo en ambos bandos. En medio de una situación confusa, Aldao perdió el control del combate y ordenó un nuevo ataque contra las inexpugnables posiciones de Acha. Mientras tanto, Benavídez, entreviendo una posible derrota, abandonó el campo de batalla para marchar con pocos hombres sobre la ciudad de San Juan.

Tras sangrientas horas de combate continuo, la batalla se decidió a media tarde en un trascendental entrevero de caballería por el cual Crisóstomo Álvarez, al frente de la menguada caballería unitaria, puso en fuga a fuerzas superiores en número, pero ya sin fuerzas para continuar la ofensiva. Tras el desbande de la caballería federal, la infantería de Aldao, que estaba apostada en el borde exterior del canal enfrascada en un combate de trinchera con los fusileros de Acha, fue tomada por dos frentes, pereciendo algunos y rindiéndose otros. Viendo perdido el combate, Aldao abandonó el campo de batalla hacia las últimas horas de la tarde, mientras sus tropas se dispersaban o retomaban el camino de la travesía.

Si bien las fuentes difieren en el número de combatientes, de 2.200 a 3.000 en el bando federal y de 450 a 600 en las fuerzas unitarias, la Batalla de Angaco representó uno de los más sangrientos enfrentamientos de las guerras civiles argentinas, pues perdieron la vida la mitad de las tropas de ambos bandos. En perspectiva, constituyó un combate desesperado y un triunfo tan extraordinario como efímero para el General Acha y sus hombres.