Hace unos años visité una familia que había sido desalojada de su casa. Estaban desde hacía unos meses viviendo en un container, uno de esos cubos de metal que se utilizan para transportar mercadería. Mide unos seis metros de largo, dos metros y medios de ancho y casi lo mismo de altura. Allí había una cocina con su garrafa, colchones para diez personas, una mesa con cacerolas y rincones con ropa apilada. El ambiente estaba viciado de olor a encierro que se conjugaba con el humo de las frituras.
Me llamó la atención que en una de las paredes de chapas habían pegado una lámina con el dibujo de una ventana que daba a un jardín y detrás unas montañas nevadas. El dueño de casa me dijo: “Es para no olvidarnos lo que podríamos ver”.
Esa realidad nos puede ayudar a expresar lo que muchos viven en el plano emocional como crisis de sentido. Muy a menudo me he encontrado con gente que respira aire viciado por el encierro al que lleva el egoísmo, por el escepticismo y derrotismo, por la angustia de la soledad, por el consumismo que aturde pero no libera. Cómo pesa en el alma el aburrimiento de una vida acostumbrada a dibujar sonrisas de maquillaje sin un corazón feliz.
La Semana Santa nos invita a dejar de pintar ventanas engañosas para abrirlas de verdad, y así dejar que entre en la vida el aire fresco del amor verdadero. Un aire fresco que respiramos para cargar los pulmones y vencer el miedo a salir de nosotros mismos, vencer el miedo a confiar que es posible nacer de nuevo, vencer el miedo a ser defraudados y engañados por espejismos, vencer el miedo a ser amados y liberados del encierro.
En la Semana Santa percibimos que el amor de Dios está intacto, no tiene vuelta atrás. Nos sigue amando hasta el extremo (Jn 13), hasta la locura. Jesús se baja y lava los pies, llegando a donde otros no se animan. Toca la miseria más honda del corazón humano para levantar de la postración y la nada. También quiere llegar a tu corazón herido y al mío. Si lavó y besó los pies de Judas, ¿cómo va a pasar de largo conmigo? ¿Cómo no se va a inclinar delante tuyo?
Jesús ya lo había dicho: “Tanto Dios amó al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16), y en esto consiste la Pascua. San Pablo maravillado de esta entrega escribió: “Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
¿Es hermoso, verdad?
El amor nos libera de pretender ser el centro del universo, el ombligo del mundo, para vincularnos con los demás de un modo fraterno. Nos hace capaces de mirar para servir.
San Francisco de Asís pedía a Jesús: “Maestro, que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, como amar. Porque es dando que se recibe; perdonando que se es perdonado; muriendo, que se resucita a la Vida Eterna”. Amén.
¡Te deseo de corazón una feliz Pascua!
*Arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
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El amor nos libera de pretender ser el centro del universo, el ombligo del mundo.
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