Terminaron volando lento y con tranquilidad, en medio del silencio y sobre algunos de los paisajes más llamativos de San Juan. Pero, como reza el dicho, nada es gratis. Antes de eso tuvieron que pagar un precio: escalar el cerro Tres Marías con mochilas de alrededor de 20 kilos en su espalda. Eso es lo que vivieron unos 20 parapentistas de San Juan, San Luis y Mendoza, que se reunieron para participar en el Primer Encuentro Regional de Parapentes, que comenzó ayer y finalizará hoy.
La escalada se inició alrededor de las 15, bajo el intenso sol primaveral. La mayoría demoró al menos una hora en llegar a la cima, pero hubo quienes caminaron durante una hora y media.
Ya en los primeros metros, los rostros comenzaron a mojarse. Las respiraciones se escuchaban como si formaran parte de un coro y en el medio de eso se oía una que otra tos. Los hombres subían lento y con la espalda encorvada. “Voy a dejar de salir, a dejar el pucho y a dejar de tomar”, decía uno de los hombres mientras cargaba su equipo en una de las pendientes más prolongadas y sus compañeros se reían.
Todos los que subían en fila, se sentaban cada tanto sobre una piedra o sobre sus mochilas, para descansar. Tomaban agua y adquirían fuerza observando el paisaje del dique, en medio de las montañas.
Las más coloradas eran las caras de los foráneos. Es que, normalmente, los parapentistas no son montañistas. Además, en el resto de los lugares del país en los que se practica este deporte, se puede llegar a las cimas desde las que se salta, en vehículo o en sillas preparadas para ese fin. De hecho, según comentaron los deportistas que vinieron desde Mendoza, muchos de sus compañeros decidieron no participar en el encuentro porque no querían escalar.
Mientras, algunos de los que se animaron, encararon la subida con ganas, pero terminaron parándose a mitad de caminando y solicitando ayuda para que alguien les llevara el equipo.
Por su parte, los sanjuaninos se vieron más entrenados. Es que suben el Tres María dos o tres veces por semana. Y dicen que lo peor es cuando llegan a la cima y el viento sopla tan fuerte, que no pueden volar. En ese caso, tienen que bajar el cerro y con las mochilas puestas.
Sin embargo, al llegar a los 1.100 sobre el nivel del mar, donde está la plataforma desde la que se tiran, todos descansaron y se olvidaron del esfuerzo.
Después de media hora de relax, chistes y uno que otro alfajor o sanguchito, los más avezados comenzaron a preparar sus equipos. Es que el viento estaba fuerte y no todos se animaron a tirarse al vacío. Los que lo hicieron, no tuvieron que correr para tomar velocidad. Se pararon a la orilla del cerro, extendieron sus velas hacia adelante y esperaron que la corriente de aire los levantara.
Entre ellos, también había un grupo de hombres que se dedica a hacer ala delta. Disciplina a la que, en broma, llaman: deporte de la amistad. Es que se necesita que tres personas suban el cerro juntas sosteniendo el equipo, para que una sola pueda volar.
Al final, después de disfrutar el paisaje, de mirar el Dique de Ullum y el río San Juan desde la altura y de pasar un buen momento entre amigos, todos se olvidaron de la escalada. Pero, ya estaban pensando que tendrán que volver a poner toda la energía y las fuerzas en práctica, dentro de dos o tres días, cuando vuelvan a practicar parapente.

