Con la puesta en marcha de la central nuclear Atucha II, un proyecto paralizado por casi dos décadas debido a problemas financieros y de actualización técnica, la Argentina ha retomado activamente ese plan de generación eléctrica. La Presidenta de la Nación, al activar el complejo atómico el miércoles último, anunció además la construcción de la Atucha III, la repotenciación de la Central Embalse, para prolongarle por 30 años más su capacidad operativa y la fabricación de un reactor de baja potencia Carem, para proveer electricidad a pequeñas comunidades.

Atucha II, la tercera central atómica del país, aportará al sistema interconectado nacional 745 megawatt, suficiente para una población de 3,5 millones de hogares, o el 10% del total del país, y lo hará a partir del segundo semestre del año que viene, ya que lo que activó Cristina Fernández de Kirchner fueron los mecanismos de sincronización y puesta a punto, antes de entrar en la etapa comercial en 2012. La capacidad nominal instalada es de unos 24.200 mW.

Pero más allá del acto de campaña realizado en Zárate, lo importante es que a pesar de la demora y la inversión de unos 2.000 millones más de lo previsto, casi el 90% de los insumos y mano de obra de Atucha II es de origen argentino y también porque alrededor de ochocientos técnicos y operarios calificados han regresado al país para sumarse a la reactivación del programa nuclear con fines pacíficos. Además, la tecnología y el combustible, son de origen nacional, como el resto de las usinas en funcionamiento y las proyectadas.

Desde este punto de vista nada es reprochable, como también la importancia de ampliar la matriz energética argentina con una generación limpia y de muy bajo costo que elimina la dependencia externa, pero la amortización de la inversión entra en una nebulosa. Desde que el kirchnerismo decidió terminar Atucha II, en 2005, se habló de una inversión de U$S 400 millones, luego se dijo que se iban a superar los 1.000 millones y la Presidenta afirmó que para concluirla se necesitaron 2.400 millones, por lo tanto se terminó invirtiendo nada menos que 10.200 millones de dólares.

Desde la óptica política, este reflote del programa atómico marcha a contramano de la tendencia mundial de frenar la construcción de centrales nucleares y paralizar las que están en funcionamiento. El accidente de Fukushima, tras el sismo que azotó a Japón en marzo pasado, abrió un debate mundial sobre el riesgo de la generación nuclear. Alemania ya puso fecha para detener sus usinas atómicas y varios países estudian esa posibilidad.