Alejandra no pudo evitar las lágrimas cuando le tocó el turno de despedirse de las chicas que aún no concluyen su tratamiento contra la adicción a las drogas. El momento más emocionante, que hizo llorar a todos los presentes, fue cuando esta jovencita de 16 años se dirigió a su pequeño hijo, que dio a luz cuando tenía 13. Le dijo que fue su llanto lo que le hizo tomar conciencia de que necesitaba ayuda. +Salí de la droga para evitarle a mi hijo el dolor de verme tirada+, dijo. A él le dedicó el éxito de su recuperación, luego a su familia y compañeras a las que describió como las mejores amigas que Dios puso en su camino. Esto ocurrió ayer, cuando Alejandra y tres chicas más recibieron el alta de la comunidad terapéutica Hogar María del Carmen, el primero de internación para mujeres adictas en la provincia.
Ana fue la única que se despidió sin tener que usar un discurso escrito. Con total desenvoltura tomó el micrófono y agradeció a cada una de las personas que hicieron posible su recuperación. Pero también fue la única en no querer hablar de su vida pasada, en la que el consumo de cocaína le hizo tocar fondo. Sólo dijo que hablar de eso le hace daño y que lo único que quiere es borrar esa etapa por completo. No fue el caso de Pamela, de 17 años, y de Laura, de 20. Ambas quisieron contar su historia para que los chicos que transitan por el camino de las drogas las tomen como ejemplo de vida. +Cuando te drogás perdés el sentido de la vida y de los afectos -sostuvo Pamela-. Te formás una coraza donde sólo hay cabida para vos y para la droga+.
Pamela contó que comenzó a drogarse de pequeña para probar, pero que nunca pudo dejar de hacerlo. Todo favorecido, según ella, por la facilidad que hay en la provincia para conseguir todo tipo de estupefacientes: +hasta te los llevan a domicilio+. Por un tiempo hizo el tratamiento de recuperación en el Hogar San Benito, pero no fue suficiente, ya que aprovechaba las noches para escaparse de su casa y drogarse. Por eso decidió ingresar voluntariamente al Hogar María del Carmen. Sabía que sólo sin poder salir a la calle podría superar su adicción. De todos modo sostuvo que en esta comunidad terapéutica jamás se sintió prisionera sino, por el contrario, protegida y contenida.
Es la misma sensación que tuvo Laura desde que ingresó a este centro el año pasado, prolongando el alejamiento de su hija, hoy de 2 años de edad. Hace un par de años fue interna de un instituto de menores al que llegó por problemas que no quiso mencionar. Encierro que no le impidió continuar con su adicción, que puso en riesgo su vida y la convirtió en una persona incapaz de controlar sus reacciones intempestivas y violentas. Es por eso que un juez la obligó a seguir un tratamiento, decisión que Laura agradece cada día al levantarse. +Gracias a ello y al apoyo recibido en este hogar hoy puedo mirar a mi hija a los ojos sin sentir vergüenza -sostuvo-. Aquí aprendí a quererme, a valorarme y a entender que la vida puede ser muy corta para desperdiciarla inhalando pegamento, fumando porros o consumiendo cocaína+.
Laura dijo que ahora está dispuesta a comenzar con una nueva vida y a forjar un futuro mejor para ella y su pequeña. Por el momento va a terminar el secundario para poder conseguir un trabajo digno que le permita mantener a su hija, darle educación y una buena contención para mantenerla a salvo de las drogas.
Laura, Alejandra, Ana y Pamela coincidieron al sostener que el Hogar María del Carmen fue su segundo hogar, que la comunidad terapéutica fue su segunda familia, y en que tienen el desafío de aprender a vivir una vida mejor.

