En zapatillas de baile, en patines. Con trajes super ajustados, con vuelos y alas. Con prendas mínimas, con zancos. Que sea el quinto Carrusel del Sol consecutivo ya le dio al desfile por la avenida Central una merecida madurez: esta edición fue, por lejos, la de mejor elaboración y despliegue en las coreografías de los participantes. Llevar cortejos precediendo los carros fue algo que nació con cierta timidez, y que ahora se convirtió en lo más llamativo por la exactitud y la imaginación puestas en juego.

El carrusel, que convocó a unas 200.000 personas según datos oficiales, no ahorró en colores ni en movimientos. Del afro contagioso que impusieron en la vanguardia las marionetas gigantes de la Murga del Sol se pasó a la tromba carnavalera de los chicos de la colonia. Pero el desorden aparente era la antesala para llamar la atención: atrás, en el desfile, venían los cuerpos de baile más refinados.

Como las chicas de Albardón, que desplegaban los brazos y danzaban de modo que se leyera una frase de Sarmiento. O los chicos de Caucete, que representaban una cosecha con movimientos dignos de un ballet. El mismo aplauso a destajo provocaba la coreografía de Capital, hecha íntegramente sobre patines, al igual que parte de los bailarines de Santa Lucía. Jáchal fue más allá aún: algunos de sus bailarines iban adentro de esferas de hierro, haciéndolas girar en su avance.

Chimbas retomó el ritmo de murga, y las chicas con trajes diminutos (negros, dorados y rojos, como exigía el reglamento) hicieron explotar a todos. Algo similar a lo que pasó con los trajes entalladísimos de varios de los departamentos. Precisamente, el vestuario fue otro de los aspectos más elogiados por el público, que no perdió oportunidad para sus actividades favoritas: sacar fotos los más grandes, bañar en espuma a bailarines y candidatas a Reina los más chicos.