Desde el aire, la imagen era igual a esas huellas delgadísimas que van dejado las hormigas cuando cargan comida hacia su refugio. Pero la carga era celeste y blanca y el camino tenía el gris estriado del pavimento. La Avenida de Circunvalación, sede elegida para el Abrazo del Tricentenario, ayer cobró vida. Demasiada. Mientras la organización oficial esperaba que unos 40.000 sanjuaninos fueran al acto simbólico de darle la bienvenida a una nueva y larga etapa de la Patria, la asistencia superó ampliamente esa expectativa: fueron, según el Jefe de Policía, unas 100.000 personas las que cantaron el Himno Nacional justo al medio del anillo vial. Es decir, un promedio de casi 6 personas por metro lineal, en una extensión que supera los 16 kilómetros.
La iniciativa fue la culminación ideal de una serie de festejos del Bicentenario de la Patria, que incluyó un acto sin precedentes transmitido para todo el país desde Ischigualasto y una convocatoria popular impresionante en las plazas departamentales para entonar el Himno. Pero, a diferencia de aquella vez, ayer la convocatoria tuvo un carácter más doméstico, dado que no fue reproducida en vivo por ningún canal de TV de alcance nacional. Sin embargo, desde el Gobierno dijeron que distintos fragmentos serán mostrados luego por varias emisoras del país.
Lo que se pudo ver fue una experiencia absolutamente inédita y la más convocante que se recuerde en la provincia en torno a un acto patriótico. Desde la semana pasada, cuando se decidió declarar asueto administrativo para ayer y facilitar así la asistencia, se hizo mucho para poder cubrir la extensión del anillo. Y, al mediodía, era conmovedor el altísimo acatamiento, que incluía principalmente a los alumnos de más de 80 escuelas cercanas a la Circunvalación, pero también a miles de vecinos de toda la provincia que habían decidido no perderse esa ceremonia histórica.
Todos los condimentos hacían que valiera la pena la espera de más de dos horas para cantar el Himno en la avenida. La organización había repartido casi 14 kilómetros de bandera argentina de un metro de ancho, separada en sectores de unos 120 metros cada uno. La propia gente se encargaba de desenrollarlos, extenderlos y ubicarse en hilera detrás de ellos. Nadie sabía de quién era cada bandera, y a nadie le importaba tampoco: el celeste y blanco era la representación perfecta del sentimiento común.
Desde antes de las 10 ya estaban llegando grupos a la Circunvalación. En los cruces de Santa Lucía se veía un grupo de autos antiguos y otros tuneados, como atractivo adicional. Los sectores de mayor convocatoria eran el del podio oficial (frente al puente de Scalabrini Ortiz) y el del Sur, entre España y General Acha. Los chicos llegaban de las escuelas lo hacían con guardapolvos o con el uniforme, y a nadie le faltaba su banderita. En varios kilómetros a la redonda, la ciudad se había convertido en una procesión arremolinada de filas y más filas de estudiantes que avanzaban cantando, ordenados por sus docentes y cuidados por policías en el complicado tránsito sanjuanino.
La fiesta también se vivía por el aire. Primero, fue el helicóptero del Gobierno el que hizo que todo el mundo saludara hacia arriba, ya que eran registrados por un camarógrafo y por un fotógrafo de DIARIO DE CUYO. Y a los pocos minutos, antes de las 11:30, tres aviones del Club de Aviación Civil de San Juan surcaban el cielo de la avenida, en un vuelo muy bajo, para dejar caer sendas lluvias de papelitos celestes y blancos sobre la multitud que aplaudía enardecida.
Cuarenta minutos antes de que comenzara a cantarse el Himno (que fue seguido por las 100.000 personas gracias a los parlantes instalados en toda la autopista), todavía seguía llegando gente desde todos los puntos cardinales. Eran familias enteras vestidas con los colores patrios, con changuitos que llevaban banderitas como mascarones de proa, muchos con reposeras y sillas para ablandar la espera. Debajo de los puentes, el humo de los choripanes se mezclaba con el Sol radiante pese al aire bien frío. Y arriba, los vendedores de banderas, de algodón y de pochoclo iban de puente a puente buscando clientes.
Justo al mediodía, la Circunvalación estaba latiendo. Se hinchaba, se encogía, volvía a inflarse. La gente buscaba la mejor ubicación entre amigos y desconocidos para situarse en el medio de la historia. Los locutores oficiales indicaban por enésima vez que había que pararse al borde del cantero central, que parte toda la cinta de asfalto en dos. Y en cuanto se anunció por los parlantes que estaba por comenzar la oración interreligiosa por la Patria, todos empezaron a concentrarse, como futbolistas al borde de la cancha. Fue la antesala a la emotividad del Himno, con el que el pavimento de la avenida reblandeció por completo, para estirarse y estallar con las estrofas finales y la liberación de casi 800 palomas en los cuatro extremos del escenario urbano de la bienvenida a la Patria que se viene.