Señor director: 

Con motivo de recordarse mañana el Día del Escritor le hago llegar la siguiente reflexión: No sé si en la vida, el escritor se hace, pero sé que para eso se nace. Es ante todo humano, luego poeta, príncipe, mendigo. No importa que sea niño o anciano, siempre tendrá guardado dentro de sí, un crisol de historias y personajes. Se mete en una investidura y desde allí imagina y expresa todo cuanto ella encierra. 

Tiene y emplea más de cinco sentidos. Escribe a través de su mano con el corazón. Con las palabras nos lleva al cielo y también, si quiere, al infierno. Percibe, con magia, los perfumes. Pone belleza en cuanto ve, aunque no lo tenga. Sabe limar y pulir asperezas. Transforma en música cualquier sonido, y convierte en buenos sabores los sinsabores de la vida. Si quiere, puede enternecer corazones y también encrespar la piel. 

Con palabras puede elevar el espíritu y también doblegar su alma y recostarla sobre un pliego, para dibujar allí, sobre ella un poema. 

Logra abrir la jaula de la imaginación sin límites, dejando en libertad sus ideas como bandadas de pájaros al cielo. Siempre tendrá un argumento guardado en algún bolsillo del pensamiento para esparcirlo al viento como un mágico abanico de ilusión. 

La mente de un escritor nunca duerme, aún en sueños recrea su inspiración y a veces en su inconciente proyecta su mejor novela. 

Logrará hacer reír a un niño, instruir a un joven, enamorar a un adulto, o enternecer a un anciano. Todo aquel que se contamine con el virus de las letras, jamás podrá dejar de escribir.