Y quedó ahí. Dominando el cerro, con su cara al cielo y sus figuras abstractas. Quedó ahí mismo donde hace 1200 años, un hombre con dos piedras (una de cincel y otra de percutor) pasó horas trabajando, soñando quizás. Se cree que fue un solo aborigen el que grabó la Piedra de la Junta, una roca de color oscuro considerada como uno de los patrimonios culturales más ricos de San Juan. Ese hombre, en una sola pieza, encerró toda la simbología de la cultura de Angualasto.
La piedra, un tesoro arqueológico de incalculable valor, permaneció en ese cerro de Colangüil hasta 2004, cuando un empresario sanjuanino radicado en Buenos Aires la subió a un camión y se la llevó a su complejo turístico, en una maniobra ilegal.
Tras una denuncia de los vecinos de Colangüil y la presión de los organismos pertinentes y las fuerzas vivas, el empresario -asustado tal vez- volvió con la roca y la tiró en una vega, a 60 metros de su lugar original. Seis años después de aquel incidente, miembros de la Dirección de Patrimonio Cultural, de la municipalidad de Iglesia, del Museo Gambier y baqueanos montaron un operativo de rescate y tras un agotador esfuerzo de más de cinco años, el petroglifo de Colangüil volvió a su lugar inicial.
¿Por qué fue importante mover una piedra de casi 3 toneladas sólo 60 metros de donde fue dejada?. "Los datos arqueológicos y culturales se mantienen sólo si se mantienen en su lugar. Esta piedra estaba situada en un lugar estratégico, marcaba la división de aguas y sus diseños son abstractos, relacionados con cosas que no son de esta tierra, algo totalmente distinto al resto del arte rupestre del lugar donde se muestran acciones de la vida cotidiana. Reubicar la piedra es volver al orden, a la distribución y a la lógica original que tuvo para la cultura de Angualasto", dijo Gabriela Riveros, investigadora del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo Mariano Gambier.
La Piedra de la Junta está ubicada a unos 20 kilómetros del poblado de Colangüil, luego de transitar una tortuosa huella. Cuando el empresario la tiró con un camión volquete, la dejó en una vega a 60 metros de la cima. Y el operativo de reubicación se vivió ayer como una novela, que tuvo matices de expectativa, nervios, angustia y emoción.
La acción se complicó más de la cuenta porque faltó maquinaria especial, como una excavadora o una pluma. Con palas, unos troncos y un camión Unimog aportado por la empresa Estancia La Vizcachita, más ganas y corazón, el reposicionamiento comenzó moviendo la piedra hacia una huella en diagonal que iba hacia la cima del cerro.
Juan Salvo, director de Patrimonio Cultural de la provincia, se puso al frente y trabajó codo a codo con Juan Amicarelli, director de Turismo de la municipalidad de Iglesia, junto a otros miembros de esas dependencias y los baqueanos Horacio Vega y Alberto "Varilla" Ramírez. Aprovechando la potencia de tiro del malacate (pero utilizando detrás una 4×4 para que el camión no se viniera hacia adelante), la roca fue arrastrada hasta esa huella. Como obligadamente el camión tenía que trabajar en reversa, el chofer del Unimog, Ricardo Ontiveros, maniobró peligrosamente hasta ubicarse en el borde del precipicio y desde ahí se inició el movimiento más largo de la piedra.
La piedra fue movida lentamente, porque los obstáculos del terreno obligaban a usar las palas y los troncos para corregir la trayectoria. Después de un largo proceso, la roca quedó a pocos metros de la cima. Fue entonces que el camión tuvo que bajar, bordear el cerro, atravesar un arroyo y colocarse del otro lado, en la parte baja. Y desde ahí, otra vez con lingas y cables de acero, comenzó el último paso.
Pero fue entonces cuando se vivió el momento más dramático. La roca al ser arrastrada hizo palanca con otra y se dio vuelta, ante los gritos de desesperación de la especialista en arte rupestre, Gabriela Riveros. La angustia invadió a todos, más aún cuando tras probar con las lingas, lo único que se lograba era arrastrar la piedra boca abajo. Los rescatistas decidieron girarla haciendo palanca con los troncos y a pura fuerza. Pero eran pocos y el esfuerzo era en vano.
Entonces, como pasa en las películas, los testigos dejaron sus grabadores y apuntes en el suelo, tomaron otros troncos y se sumaron al esfuerzo, uno a uno. A esa altura, por qué negarlo, todos sentían algo especial por la piedra. Rescatistas, periodistas y gendarmes se unieron y tras un tremendo esfuerzo en conjunto, el petroglifo giró.
Quedó a sólo dos metros y ahí, con ayuda del Unimog y luego de los brazos, quedó reubicada. Aparecieron los aplausos y la euforia. Pero no era el final. Había más suspenso. Gabriela dijo que la piedra estaba inclinada hacia un lado y que la cara no miraba totalmente hacia el cielo. Sin embargo, eso era nada comparado con semejante esfuerzo. Sólo hubo que levantarla un poco, acuñarla y ahí, después de horas de sudor, a pleno sol, sin comida, aparecieron los aplausos, los abrazos y ese pequeño lugar del mundo, se llenó de emoción. Desde ayer, y para el resto de las generaciones, la Piedra de las Juntas, la tallada por un solo hombre, quedará ahí, en su lugar original, tal donde Dios la puso.