La enfermedad

y la esperanza

en primera persona

Mónica Castro habla sin rodeos y dice las cosas por su nombre. Ella, a los 46 años -hace 6 años ya- aprendió a aceptar todo lo que significaba tener cáncer, una enfermedad que superó en dos oportunidades y a la que, a esta altura de las circunstancias, logró no tenerle miedo.
 

"Cuando el médico me dijo que tenía un carcinoma es como que la palabra me quedó dando vueltas en la cabeza. Tímidamente y llena de miedos le dije "Carcinoma es cáncer, ¿verdad?". La respuesta fue clara y honesta porque por suerte todos los médicos que me han tratado a lo largo de la enfermedad tienen la premisa de decir las cosas por su nombre. Fue un golpe aunque creo que ahí, en ese instante, cuando me enfrenté cara a cara con lo que me estaba pasando. No fue fácil pero fue, a mi entender, cómo deben ser las cosas", dice esta mujer, paciente por dos tumores en el cuello del útero que no lograron "ganarle la batalla pese a su insistencia".
 
Esta docente que ejerce como secretaria en la Escuela Técnica Obrero Argentino tenía una prolijísima y hasta envidiable conducta médica. Todos los años se hacía puntualmente sus chequeos ginecológicos, tomando como antecedente válido, la dolorosa experiencia de un cáncer de cuello de útero y de mama que sufrió una tía y el de mama, de una prima.
 
"Desde hacía años que yo tenía una rutina, no dejaba pasar diciembre que me hacía una mamografía y un PAP. Las muertes de mis familiares maternos me habían hecho tomar conciencia. Pero ese año me hice el primer estudio y el segundo quedó, por esas cosas de la vida, pendiente para después de las vacaciones. Entre las cuestiones de la obra social se me atrasó un poco más y finalmente llegué al consultorio, proponiéndole al profesional hacerme el papanicolau, pensando en una posible menopausia por los síntomas. Nunca me imaginé que en realidad era un cáncer", cuenta.
 
La consulta fue un día de mayo del 2007. A partir de entonces tenía un par de puntos en su cabeza por resolver antes de empezar el tratamiento oncológico ya que por el tamaño del tumor no la podían operar: en julio cumplía los 47 años, ese mes nacía su primer y único sobrino y quería estar bien para conocerlo además ella quería acompañar en persona a su única hija mujer (tiene además 3 varones) a hacerse los estudios para poder ser vacunada contra el HPV (virus del Papiloma Humano para prevenir el cáncer de cuello de útero). Hizo cada cosa y más, antes de someterse a las 60 sesiones de radioterapia en Mendoza, los 4 días de braquiterapia también en la vecina provincia (este es un tratamiento interno, según detalla Mónica, en el que la radiación se hace en el lugar preciso del tumor por lo que no pudo moverse ni levantarse para nada mientras duró) y no recuerda la cifra de aplicaciones de quimioterapia.
 
"Anduve bien, salió todo espectacular. Ni siquiera tuve efectos de ningún tratamiento. No se me cayó el pelo ni tuve vómitos o secuelas en las manos o los pies como suele suceder. Lo único que me pasó fueron unas momentáneas lagunas mentales que superé con ayuda de una psicóloga. Ella me hizo ver que yo transité la enfermedad tan bien por la contención de mi marido y mis hijos, por la ayuda y la certeza médica pero también por cómo yo me tomé la situación. Creo que sin querer seguí al pie de la letra los consejos de los médicos que me veían, como el doctor Diego Gempel, que siempre me decía que a esta enfermedad hay que pelearle con sonrisas y no con lágrimas, porque si no está mal, todo se contagia y sale mal. Eso fue lo que hice", dice con honestidad.
 
Mónica hizo todos los controles y estudios pedidos y justo cuando ya sentía que podía cantar victoria porque nunca más aparecieron células cancerígenas en su organismo, unos meses antes de cumplir los 5 años de la enfermedad -tiempo en que para la medicina considera que se puede hablar de cura- volvió a tener novedades: un nuevo tumor, otra vez en el cuello del útero.
 
"Casi que estaba festejando cuando nuevamente aparecieron células escamosas cancerígenas malignas y esto agravó el cuadro porque me tenían que operar sí o sí con la posibilidad de que tuvieran que extirparme el útero y los órganos anexos y como si fuera poco podía quedar con un ano y vejiga contra natura. Me derivaron al Hospital Italiano en Buenos Aires y pese a tener que dejar a mis hijos en San Juan y a todas las complicaciones que implican no estar en la provincia de uno, encontré gracias a Dios con un equipo de médicos excelentes. Ahora sí tuve miedo, pero me aferré a la fe, a la virgen y al pensamiento de que tenía que vivir por mi familia, mi sobrino y mi nieta. Yo quería vivir, tenía mucho por disfrutar por eso me tenía que curar. Dios, en definitiva, me estaba dando otra oportunidad", detalla "su receta" para convivir con el cáncer, del que aprendió, a fuerza de realidad, que siempre puede volver a aparecer.
 
Finalmente la operaron, le extirparon el tumor y los órganos femeninos pero no tuvo que pasar por las operaciones secundarias. "El cáncer no se termina, tengo que seguir haciendo estudios pero por ahora no tengo indicios de células malignas. Eso sí, no lo tomo como una obsesión, sí estoy atenta. Aprendí a relajarme, a escuchar a mi cuerpo, a hacerles caso a los médicos en todos sus consejos. Me siento bien y sé que tengo que cuidarme pero también que tengo todo a mi alcance para ser feliz", asegura la mujer que hasta se animó a escribir de a poco su historia, por sugerencia de su hermana enfermera, para compartir con otras personas en situación similar.
 
"Es bueno hablarlo con otros. Es un modo de dar ánimo, de descargarse, de aliviarse. Yo siento que fui parte de un milagro de fe, de amor y de la ciencia médica. Estoy segura que puedo contagiar esperanzas si lo comparto", dice, convencida.