El tiempo no le pasó, ni al edificio que todavía conserva hasta el piso de madera, ni a los artefactos que los tres peluqueros usan para cortar el pelo o afeitar a los señores que se arriman por el lugar. Una brocha, una navaja, un calentador de toallas y los sillones recubiertos de cuero con apoyabrazos de mármol. La Peluquería Francesa, fundada en 1868, todavía sigue abierta, y es el símbolo más contundente de la resurrección del lugar.

Cortarse el pelo allí es un ritual que no puede practicarse en otro punto de Santiago. Cada mañana, Roberto, uno de los peluqueros, encadena su bicicleta en el poste de la puerta de la peluquería, luego se coloca el guardapolvo blanco, impecable y una corbata que tiene guardada en el cajón. El corte a la navaja es su especialidad. Es que lo tradicional en este lugar no sólo es el edificio y los muebles.

Todavía se usan las técnicas de peluquería francesa, como hace 150 años. Este es el principal atractivo del lugar al que acuden desde turistas, curiosos, hasta vecinos. Pero el escenario se completa con un restauran que esté en el mismo edificio y que pertenece a Cristian Lavaud, el nieto de Emilio Lavaud, el fundador de la peluquería. Este espacio que abrió recientemente no sólo sirve para comer. La riquísima colección de objetos antiguos variadísimos, hacen del lugar un museo, donde además de degustar un buen vino, se puede aprender historia.

En sus inicios, la peluquería funcionó frente a la plaza Yungay y se mudó al actual edificio en 1926. Es una de las atracciones históricas más importantes del barrio Yungay. Y está siendo restaurada.