Viven entre las moscas y las ratas. Hay días que no tienen ni un pedazo de pan para comer. Además deben hacer sus necesidades en el medio del campo porque el viejo rancho que les prestan no tiene ni baño. Sin embargo, temen que los saquen de ese lugar, ya que piensan que no tendrán un sitio mejor para pasar sus días. Ellos son Ramón Lara, que tiene 66 años y su sobrino Miguel de 44 años, que es discapacitado. Los hombres, que viven en ese rancho ubicado en las inmediaciones de Calle 9 y Costa Canal, en Pocito; pasan sus días con lo que reciben de algunas changas que hacen limpiando cunetas y la jubilación que el mayor de ellos cobra.
Con una gorra desteñida, una camisa a la que le faltan botones y un pantalón de jean todo manchado, Ramón es el que lleva las riendas de la casa, mientras que Miguel sólo asiente con la cabeza cada cosa que dice su tío, quien afirmó no saber qué discapacidad afecta a su sobrino. Con un poco de vergüenza al hablar, el mayor de los hombres contó que con su jubilación compran la comida pero no muchas cosas porque temen a las ratas y no tienen heladera donde conservar los alimentos. Están rodeados de telarañas y el olor a humedad invade cada rincón de esas habitaciones, mientras que trapos rotos, zapatos llenos de agujeros y algunas herramientas están tirados o amontonados dentro del rancho.
Para entrar asa humilde casita hay que pasar por el hueco donde alguna vez hubo una puerta. En una de las habitaciones las cañas rotas dejan pasar un poco de luz y ese mismo agujero es usado para que salga el humo de la leña que queman para cocinar en una vieja olla tiznada. ‘Hoy no vamos a comer porque no tenemos nada‘, dijo Ramón, mientras que de fondo sólo se escuchaba el ruido de una radio mal sintonizada. ‘Es la compañía que tenemos todos los días‘, dijo el hombre en relación a ese aparato que hacen funcionar cada vez que pueden comprar pilas, esto porque la casa no tiene electricidad. ‘Cuando se esconde el sol ya no se puede hacer más nada, porque quedamos a oscuras‘, dijo el mayor de los hombres, mientras que Miguel lo observaba fijamente, pero con la mirada perdida.
El lugar donde pasan sus días, no tiene ningún otro servicio. Toman agua que algún vecino les acerca y se bañan cuando consiguen acarrear baldes de agua, mientras que usan el campo como baño. Es que el rancho tiene sólo dos habitaciones (que son las que quedaron completamente de pie, de una vieja casa de adobe). Uno de los cuartos es donde cocinan y guardan algunos cajones de madera, que los usan de leña. Mientras que en otra de las habitaciones, que tiene una pequeña ventana con rejas pero sin vidrio y cortina, es donde duermen y pasan el resto del día. Una heladera vieja es usada para guardar algunas prendas de vestir, mientras que una cama de una plaza es donde descansan juntos. ‘Es que Miguel tiene miedo de dormir solo‘, dijo el hombre, mientras espantó las moscas y dos perros flacos, que son sus compañeros.
Según Ramón, esa casa se las presta el dueño de la finca donde viven. Dijo que desde hace dos o tres años están en ese lugar y contó que hace más de 20 años se hace cargo de su sobrino, porque sus padres (Miguel es hijo de un hermano de Ramón) murieron. Ambos son solteros y no tienen contacto con el único familiar que tienen (un hermano de Ramón). ‘Yo no sé qué es de la vida de él. Nosotros antes vivíamos en la Villa San Damián, en Rawson, después en una finca de Calle 5 y ahora estamos acá. No tenemos nada mejor y tenemos miedo de que el dueño de acá nos corra, porque nos quedaremos en la calle‘, agregó el hombre, mientras que con una pequeña mueca de preocupación, Miguel coincidió con su tío.

