El olorcito que salía de las once ollas que bullían en el interior de la unión vecinal invitaba a quedarse. Con enormes cucharas de madera, los cuatro gendarmes que tenían a su cargo la preparación del locro revolvían el irresistible contenido mientras esperaban la llegada de los comensales. “Le pusimos chorizo, panceta, huesos de chancho, carne, cueritos y recorte de pata”, decían. Afuera, los casi 1.000 invitados esperaban impacientes para entrar y sentarse a disfrutar de un rico plato de locro, para aliviar el frío de la mañana.