No quedan dudas que siempre se vuelve al primer amor. Si no que lo diga la propia Celia López Chávez. Ella es sanjuanina, aunque hace muchos años hizo sus valijas con ansias de ampliar su horizonte profesional en el viejo continente. Así, se fue a perfeccionarse en la Madre Tierra, haciendo un doctorado en Historia Latinoamericana, en Sevilla en el año 1987. Pero la propuesta no fue solo de estudios. Es que en España conoció a quien luego se convertiría en su marido, un joven oriundo de Nuevo México, la única porción bilingüe (inglés-español) del mapa estadounidense oficialmente aceptado, según cuenta la sanjuanina.

Hace 16 años ya, los afectos la convencieron a Celia que cambiara de domicilio por Nuevo México. Al principio, el paisaje y en gran medida la idiosincrasia de la gente la impactaron: Prácticamente no habían diferencias con “su” San Juan. Y a medida que su marido buscaba razones y justificativos para seducirla con que su lugar de origen era también “su lugar en el mundo”, Celia iba incrementando las coincidencias. Como aquella vez que la llevó a un restaurante a probar “un manjar, que nunca comería en otro lado”, según la tentó su enamorado. Grande fue la sorpresa cuando le pidió al mozo que trajera “sopaipillas”. Si. Esa palabra que describe la masa frita rociada con azúcar era la misma que se usaba allí que aquí. Es más, el producto si bien no era el mismo, tampoco era muy distinto. Quizás la única diferencia con esta dulzura típica de las tardes de invierno es que en Estados Unidos cambia la forma y lleva miel en su interior. A partir de esa sutil propuesta, Celia incorporó una nueva tarea a su rol docente, buscar coincidencias entre estos dos puntos geográficos, distantes, pero tan parecidos.

Pese a radicarse en Estados Unidos jamás perdió el contacto ni con la familia ni con los colegas de San Juan, situación que con los años pretende profundizar, tender lazos y dejar huellas.