Ramón muestra orgulloso el billete de 50 pesos en el que aparece el dibujo de un Domingo Faustino Sarmiento adolescente, enseñando bajo el techo de paja de la escuelita rancho. Al mismo tiempo señala la construcción de adobe que tiene a pocos metros (la misma del billete), para que a los turistas no les quede ninguna duda que en ese lugar, cuando tenía 15 años Sarmiento enseñó a leer y a escribir a buena parte de los pobladores de San Francisco del Monte de Oro, un pequeño pueblito que está a 110 kilómetros de la ciudad de San Luis. Ramón tiene un discurso preparado para recibir las visitas y lo primero que les cuenta es que al sanjuanino le bastó un año en ese lugar para dejar una huella tan imborrable que casi doscientos años después, el pueblo órbita alrededor de su figura. Se enorgullece en afirmar que el sitio se transformó en un semillero de maestros que se esparcieron por todo el país. Después de ese discurso, es imposible irse de San Francisco del Monte sin haber pasado por la biblioteca que está a un costado, para ahondar en la vida del prócer y de paso llevarse un mate de recuerdo, en el que está plasmado el dibujo de la escuela rancho. De tan tranquilo, San Francisco del Monte parece un pueblo fantasma. Cada tanto, alguna vecina camina por la vereda, pero nunca en la siesta. Cuando más movimiento se ve es cuando los chicos entran o salen de la escuela que se llama Domingo F. Sarmiento, que está justo al lado de la escuelita rancho. Al exceso de paz y el andar calmo de sus habitantes, lo contrapone un puñado de rostros iluminados cuando alguien pregunta si saben quién fue Sarmiento o dónde queda la escuela que fundó. No hay quien no sepa su historia o lo que hizo. Y así, sencillamente se comprende que Sarmiento les corre por las venas y su paso adolescente y efímero por el pueblito todavía está a flor de piel. Los primeros pasos del maestro son el tesoro histórico que usan los pobladores de San Francisco del Monte para atraer turistas. No es casual que desde la ruta hasta la escuelita rancho haya al menos una decena de carteles que indican la importancia histórica del lugar. Como si para llegar al corazón del pueblo hubiese que atravesar todas sus entrañas y seguir las pistas que conducen a un sitio que protegen con una construcción de hierro y cemento para cuidarlo hasta de las inclemencias del tiempo. Hasta hace poco la escuela rancho estaba rodeada de paredes de vidrios al igual que la casa de Sarmiento que está en el Tigre, en Buenos Aires. Pero tuvieron que sacar los cristales porque provocaba un efecto invernadero que deterioraba el adobe con que está construida la escuelita. Que se destila la figura de Sarmiento por todos sus poros, no es una afirmación exagerada a la hora de describir este poblado. La plaza, la calle principal, la escuela más importante y hasta la biblioteca de San Francisco del Monte, se llaman Domingo Faustino Sarmiento. Justo al lado de un monumento que se asemeja a un obelisco, el busto del prócer esculpido en bronce, acompaña a algún chiquillo que anda en bicicleta, o a un artesano que se instaló para vender mates de madera. "Como será de importante Sarmiento acá que de cada 10 turistas que entran, 9 vienen para ver la escuelita", cuenta Ramón. Hay que pasar el río, dos plazas, la iglesia de San Francisco que el mismo Sarmiento ayudó a levantar luego que fuera destruida por un rayo, para llegar a un rincón sumergido en verde serrano, para encontrarse con el ranchito. Rejas que lo rodean, techos de cemento y un par de coronas de laureles que recuerdan que este es el epicentro de todas las celebraciones puntanas, cada 11 de septiembre, cuando se celebra el Día del Maestro. Para no olvidar sus raíces, a un costado de la construcción, explota de frutos un retoño de la higuera de la casa natal de Sarmiento que colocaron a mediado de los 90. Una pérgola de parral completa un escenario que pretende recrear la tierra sanjuanina.