Si hay algo en lo que son celosos los angoleños es en los temas de seguridad. Cumplen al pie de la letra con las instrucciones y hasta se los ve enojados si uno, que es de afuera, trata de infligir cualquier ordenanza. Así como acompañan permanente a los periodistas, también los obligan a pasar una y otra vez por los controles.
Una autoridad de la policía reconoció que cuidan tanto a los periodistas porque si llegasen a tener un problema el tema se convertiría en una bola de nieve internacional. Y eso es lo que Angola no quiere. Asimismo, los jugadores también son protegidos con todo rigor. No hay un solo ómnibus en los que se trasladen hasta los estadios que no vayan escoltados por dos motos y carro cargado de uniformados bien armados.
Ingresar todos los días a los estadios (tanto en Luanda como en Namibe) es una tortura. Primero porque los angoleños manejan sus tiempos y no les interesa que haya periodistas desesperados (los radiales) en entrar antes para la instalación de sus equipos.
En la entrada del estadio, hacen pasar los bolsos por esa máquina similar a la que está en los aeropuertos en la que miran lo que va adentro de cada bolso. Y después la persona tiene que atravesar una barrera en forma de arco que, cuando se le ocurre, empieza a hacer sonar su pitito indicando que uno lleva algo que no debe. Ahí te pasan aparatos sensoriales por todo el cuerpo y les molesta hasta los cierres de los jeans que uno lleva puesto. Y, después de todo tipo de consultas, por fin te dejan pasar.
La tremenda seguridad obedece a que todavía existe recelo por algún atentado de los grupos que están en contra del Gobierno actual. Y acá parece que nunca pasará nada pero la Policía y el ejército no se puede confiar.