Oscuro, sobrio, rodeado de rejas puntiagudas que dan la sensación de seguridad extrema. Hay tantas cámaras de vigilancia como accesorios que pertenecieron a Sarmiento. El olor a humedad se mezcla con el de madera vieja. Tanto silencio intimida. El único sonido que invade el lugar es el crujir del parquet por los pasos de un guardia que se dedica casi exclusivamente a vigilar cada visitante que ingresa al edificio. En el Museo Histórico Sarmiento que está en Belgrano, la seguridad es tan extrema que hay que anunciar cada movimiento a realizar. Dicen que es para preservar los tesoros históricos y porque le temen a la inseguridad.

Ni mochila, ni celular, ni cámara de sacar fotos. Con las manos vacías y sintiendo todo el tiempo la mirada del guardia sobre la nuca. Así hay que recorrer el museo. Esas son las reglas. Para ingresar hay que dejar todo en la recepción, incluso hasta hay que pasar por una requisa. No vaya a ser que en algún bolsillo oculto el visitante lleve una cámara y se atreva a registrar alguna imagen del interior del museo, algo que está totalmente prohibido. Si uno quiere incluir en el álbum alguna de esas fotos hay que iniciar un expediente, explicar qué se hará con la toma y luego esperar que la petición sea aprobada. Es como si la casa se reservara el derecho de admisión. Todo esto, previo el pago de una suma de dinero que dicen, es para contribuir con el mantenimiento del edificio. Al menos es lo que afirma una disposición reciente que se emitió para minimizar toda situación que pueda poner en riesgo el patrimonio histórico que alberga el museo. Hasta hay que dejar el número de documento a la hora de comprar algunos de los libros que vende la Asociación de Amigos del museo. Recorrer el lugar puede dar la sensación de ingresar a una bóveda donde se guardan lingotes de oro. Medidas de seguridad que no sólo se toman para evitar robos o actos vandálicos, sino también para preservar los objetos del paso del tiempo y de las inclemencias climáticas. Luz tenue, temperatura adecuada y documentos recubiertos con materiales especiales. Desde el bastón con audífono hasta el reloj de bolsillo que perteneció al maestro, están guardados dentro de una caja de vidrio. Mientras que los muebles también son inalcanzables. Están rodeados con cuerdas que forman barreras para impedir que puedan ser tocados.

Sin embargo, a pesar de los elementos que ponen distancia, es imposible no sentir un impacto directo cuando en la penumbra se recorta el contorno de ese sillón en el que algunos historiadores afirman que Sarmiento dejó su último aliento, en la pieza contigua a un hotel en Paraguay; y asombrarse por los detalles perfectamente diseñados por el maestro: una biblioteca para ser distribuida por todas las escuelas del país y a la que se llamó "Biblioteca Sarmiento". Sin embargo, el objeto que más simbolismo carga, es un baúl de cuero que está en la primera sala. La existencia de ese objeto resume sus continuos exilios y el placer por viajar.

El recorrido por el museo es sencillo. Un folleto que entregan al ingresar, contiene un croquis explicativo. Y cada sala tiene carteles con datos históricos precisos, pero si se quiere indagar más sobre la figura del prócer, entonces el trámite puede ser largo y agotador. Y para eso no se puede caer al lugar de improviso. Las visitas guiadas se planifican con muchos días de anticipación y hay que pedirlas mediante un formulario. A esto se suma que sólo se realizan los fines de semana, cuando hay un cupo importante de personas que quieren un guía.

En contrapartida a tanta burocracia que espanta sobre todo a los turistas que llegan al lugar de manera imprevista, el museo tiene una agitada vida paralela por la realización de talleres culturales de todo tipo y por los ciclos de conferencia y las muestras que se organizan dentro del recinto.

A la oscuridad y la sobriedad puertas adentro, la luz y la vida hacen contrapunto desde las rejas hacia afuera. Como si todo se llevase a cabo por algún plan diseñado por la cabeza del maestro, que no dejaba cabos sin atar. Justo al lado del museo hay una escuela. Así, las risas de los chicos durante los recreos, y las correteadas de la salida de clases dan vida a la periferia del museo. La plaza que está en frente, completa un escenario con enormes árboles y gente que lee tirada en el pasto.