Una cosa es la locura del carnaval, con las murgas ganándole espacio y oídos a la multitud, y otra es ver las decenas de percusionistas y pasistas de Chimbas avanzando como un reloj gigante, como un mecanismo de precisión sonora y coreográfica absoluta, por plena Ignacio de la Roza. Ni qué decir de los niños de Santa Lucía: unos en zapatillas, otros sobre patines, tan multicolores y ordenados que desde la altura de un primer piso parecen un gran cubo mágico en movimiento. Y las danzas con banderas de Angaco y de Caucete sobre el pavimento, y de Capital arriba del carruaje, son también un símbolo de coordinación aún en medio de las más de 100.000 personas del público. El Carrusel del Sol 2010, que terminó a unos minutos de la madrugada de hoy, superó ampliamente en prolijidad y producción a las ediciones anteriores.

Ya se había anticipado que los 26 carruajes irían acompañados por bailarines y actores. Pero igual la caravana fue un desborde de sorpresas. El público, por supuesto, encantado. Tanto que, salvo las tradicionales lluvias de espuma reprochadas desde los micrófonos de la locución oficial, la gente aportó su conducta impecable (y extasiada) para coronar una noche de muchísimo brillo.

El carrusel fue encabezado por el titiritero David Gardiol, al mando de una marioneta de más de tres metros de alto cuya cabeza era el logo de la Fiesta del Sol. Detrás de él venía un conjunto de percusionistas, algunos vestidos de gaucho y otros equipados como comparsa. Y ahí empezaba el desfile de ritmos y coreografías de cada carro.

Entre los carruajes de Albardón y Angaco avanzaba un grupo de bailarines que lanzaba fuego de la boca. Los aplausos les caían a baldazos. Algunos carros más atrás, al de Santa Lucía lo precedían ejércitos de niños disfrazados, bailando con música que bajaba desde el carro, concentradísimos para no perder el paso aún cuando todo el mundo les gritaba hurras, les tiraba espuma y les hacía fotos desde todos lados. Y cerraba ese convoy una ambulancia de cartón y a cuerda (dentro de ella se enfundaba una combi de verdad), como broche de oro de ese despliegue infantil.

La única ruptura de la coordinación visual y sonora venía de Valle Fértil: los vehículos del Safari tras la Sierra se comían la calle con sus cubiertas brillantes y sus escapes ensordecedores, con todo el tono agreste y poderoso del paisaje vallisto. Tras todos los carros, después incluso de las figuras gigantes de los que portaban las colectividades, cerraba el de Jáchal. El motivo: era el último porque la organización quería evitar que el excremento de sus caballos les hiciera más difícil el paso a todos los bailarines. Hasta ese detalle estuvo calculado con precisión, y en el conjunto todo sumó para que el de anoche fuera el mejor carrusel desde que resucitó la Fiesta Nacional del Sol.