Hasta que el comandante del Hércules, Edgar Giurdanella, dijo: "No podemos esperar más. El avión ya tiene los motores encendidos y hay que subir. Encolúmnense detrás de mí, y cuando lleguemos a la aeronave tendrán que subir con cuidado para que el aire caliente no los queme".
La hora de despegue era a las 15,30 y el comandante lo respetó, a pesar de que el intendente de Caucete, Juan Elizondo, no había llegado para participar de la experiencia, lo que retrasó el embarque. Pero llegó. Y fue una de las víctimas del vértigo y las náuseas.
El entusiasmo de mirar el paisaje a través de las ventanillas desapareció, para la mayoría, a los 15 minutos de vuelo. Cada movimiento de la nave acentuó las ganas de vomitar de los civiles. Y los dejó hasta sin ganas de hablar. Elizondo se limitó a responder preguntas sólo con un movimiento de cabeza o una sonrisa. Todos se resistían a usar las bolsitas de plástico que, por las dudas, llevaban a mano. Un par no tuvo más opción que usarla. Vomitaron cuando el Hércules aterrizó nuevamente.

