Amanecer con el canto de un pájaro dentro de una jaula en la propia casa, por bucólico y pintoresco que resulte, tiene un costo preocupante: detrás de esa escena tan cotidiana, existe en la provincia un mercado negro de aves que mueve alrededor de 400.000 pesos al año y que genera, con esta actividad ilegal, una depredación que implica la muerte segura de al menos 7 de cada 10 pichones capturados. Pero, aunque las leyes castigan con severidad la caza de aves y hay centenares de multas al año, la demanda es tan alta que este circuito sigue existiendo en San Juan.
Medio Ambiente tiene una veintena de inspectores para ir tras los pasos de los cazadores en toda la provincia, y a la vez controlar que no atrapen ninguna otra especie ni que corten leña de plantas protegidas. Pero detectar cazadores de aves no es fácil, dado que por lo general se trasladan en moto o en bicicleta y se internan en las zonas de mayor presencia de pájaros, donde se mueven con total soltura. Y cuando vuelven con sus presas, las camuflan de formas insólitas: hacen fajas con pequeños estuches donde colocan aves y se las ciñen a la cintura, meten los pájaros en cajitas vacías de vino, adentro de cubiertas en desuso, en el interior de los termos vacíos, envueltos en medias y en bolsillos internos de la ropa. Por lo general, son las mujeres cazadoras quienes usan más el escondite de la ropa, ya que casi no hay inspectoras, que serían las únicas facultadas a revisarlas cachándolas en los operativos de Medio Ambiente.
La ley 6912 prohibe y castiga no sólo la caza de aves (al igual que el Código de Faltas), sino también la tenencia particular de cualquier pájaro autóctono. Pero, como es de esperar, resulta imposible un control casa por casa para ver si tienen aves enjauladas. Sólo los canarios y loros están permitidos en los hogares, por no tratarse de especies autóctonas. Pero quienes los venden deben tener una guía, un permiso oficial; si no, también son parte del tráfico ilegal.
Los inspectores que van al campo a buscar cazadores se encuentran con cuadros repetidos. Lo más frecuente es que los furtivos vayan de a dos o tres, muchas veces son parte de una familia. Llevan los tramperos, que son jaulas con varios orificios, desarmados y camuflados. Un trampero se usa exclusivamente para atrapar aves y se consigue en muchos negocios locales. Cazar es ilegal, pero vender el trampero, no.
El motor de esta actividad es el mercado negro que genera. Los pájaros más baratos se comercializan desde 100 pesos, y los más atractivos llegan a costar unos 1.000 pesos. Quien sale de la regla es el cardenal amarillo: como está en vías de extinción, su demanda es mucho más alta, entonces un solo ejemplar cotiza en alrededor de 1.500 pesos.
El único registro oficial que permite aproximarse a los valores del mercado ilegal son las actas de infracción. Medio Ambiente labró casi 400 durante todo el 2009, un promedio sostenido en los últimos años. Según los inspectores, 7 de cada 10 actas son por cacería de aves (el resto, por otros animales y leña). La cuenta resulta de reunir promedios: 3 pájaros recapturados por operativo, 500 pesos por pájaro, 70 por ciento de las actas, da una estimación que supera holgadamente los 400.000 pesos al año en la provincia.
Los compradores de aves tienen dos parámetros fijos para elegirlas. El primero, el canto; el segundo, el plumaje. Para que un pájaro cante bien y mucho, tiene que estar manso, haber abandonado su estado silvestre. Por eso los cazadores los mantienen en espacios tan pequeños y oscuros al principio, para impedirles toda posibilidad de movimiento y rebeldía. Y, según los inspectores, uno de los mayores daños ambientales viene sucediendo en la última década, y tiene que ver con un cambio de hábito en los furtivos: para garantizar la mansedumbre y el canto límpido del ave (lo que significa un precio más alto a la venta), muchos directamente saquean los nidos para llevarse los pichones.
El descalabro ecológico que esto genera es tremendo. Según los cálculos de Medio Ambiente, de cada 10 pichones robados de los nidos, sobreviven no más de 3, por lo difícil que resulta alimentarlos. Peor aún, una vez que crecen y se puede determinar su sexo, las hembras son abandonadas de inmediato, ya que los cantores son los machos, y los que no son vendidos, son utilizados por los cazadores como "llamadores": su canto atrae a los demás machos, que por ser sumamente territoriales, se abalanzan sobre él para pelear y terminan todos atrapados en el trampero. Al mismo tiempo, de los pichones decomisados en operativos anticacería, logra sobrevivir no más del 30 por ciento.
Si bien los inspectores se topan principalmente con cazadores que capturan en promedio 3 a 4 aves por salida, por lo que no se puede hablar de un tráfico interprovincial o a gran escala, sí existen otros casos: los que compran al por mayor para distribuir (cuando son atrapados, generalmente en los allanamientos la Policía encuentra también varias armas y objetos robados), y los puesteros del campo que los retienen como moneda. Y los terminan entregando a cualquier particular que le guste amanecer con el canto de un pájaro, a cambio de una bolsa con mercadería.
