Alejandra, una de las vecinas, dijo que no le gusta que llegue la noche, sobre todo durante el invierno. Todos los días, al caer el sol, repite la misma rutina: sacar la mesa, las sillas, los changuitos de los niños y hasta sus juguetes, para ganar espacio. En el salón donde vive no hay lugar ni siquiera para que la mitad de las personas que lo habitan duerman “como Dios manda”. En el lugar sólo entran dos camas en las que duermen los seis niños de la familia. Los seis adultos duermen en el suelo. “Cuando nos metimos a vivir en este salón éramos una familia integrada por mi mamá y mis tres hermanos. Ahora somos tres familias porque una de mis hermanas y yo formamos pareja y tuvimos hijos. Pero ninguna, aunque quisimos, nos pudimos ir de este lugar porque sólo trabajamos en changas y la plata sólo nos alcanza para comer”, contó Alejandra, mientras alzaba un colchón para poder desayunar.
