Fue la época en que Sarmiento vivió en Yungay, la más tranquila de su relación amorosa con la sanjuanina Benita Pastoriza. Una historia de amor que desde sus inicios estuvo teñida de puntos oscuros y cuyo final no fue menos tranquilo. Benita era la esposa de Castro y Calvo, un amigo del padre de Sarmiento. La conoció durante su segundo exilio en Chile, cuando todavía estaba casada. Después de viajar durante tres años, Sarmiento regresó y se encontró con la noticia de que había enviudado. A esa altura, Dominguito ya había nacido. Ese es un aspecto de su relación, Hay historiadores como Natalio Botana e Ignacio García Hamilton, que afirman que el niño era su hijo porque Castro y Calvo estaba inválido y era demasiado viejo para procrear. Lo cierto es que una vez casado con Benita, Sarmiento adoptó el niño y le dio su apellido. Antes de esto la relación que mantenían era clandestina. Así lo muestra en la carta que le escribió a su hermana Bienvenida que le pedía que guardara discreción hasta tanto el asunto no avanzara. Pero a los tres años de casado, volvió a San Juan, para plegarse a las filas de Mitre. Después de algunas complicaciones regresó a Chile, pero al poco tiempo volvió a partir. Una relación de idas y venidas, mucha distancia y en medio el fantasma de la infidelidad por ambos lados. A esa altura, Sarmiento ya estaba enamorado de Aurelia Vélez Sarsfield y Benita se enteró. En medio de los chantajes emocionales y las amenaza por desatar el escándalo, quien intervino y puso paños fríos a la situación fue Mitre. Lo hizo poco antes de asumir la presidencia.

Lo cierto es que la historia conflictiva siguió aún después de la muerte de Sarmiento. Sus nietos, hijos de Faustina, prefirieron regalar los muebles de la casa de la calle Cuyo, donde hoy funciona la Casa de San Juan en Buenos Aires, antes de dejárselos a Benita, que intentó reclamar su parte de la herencia a pesar que hacía años que estaban separados. Todos esos objetos están hoy en el Museo Histórico Sarmiento.