El cerro Pie de Palo, en San Martín, fue el testigo obligado de los mineros que dejaron su vida en el lugar. Hoy, las mismas montañas acompañan el crecimiento que tiene el pueblo desde 2009, que es cuando se construyó allí el predio en honor a Ceferino Namuncurá y se convirtió en un polo turístico.

Es por eso que para los habitantes de Villa Dominguito nada es como antes. Como si se tratase de una isla de la fantasía, dicen que todos trabajan, que no les falta el pan, y que todavía pueden vivir en casas sin rejas ni medianeras. El relato de los vecinos coincide con las postales mañaneras: no faltan los niños que andan en bicicleta y hasta en triciclos por el medio de la calle, las puertas de las casas están abiertas y es usual ver a la gente mayor en los zaguanes tomando el solcito de invierno.

Las casas son sencillas, pero todas tienen jardines bien cuidados. El pasto bien cortado en las banquinas y las flores llamativas son un elemento en común de todas las viviendas. A pesar de ser construcciones antiguas, la mayoría fue refaccionada en los últimos años porque desde que el predio se convirtió en un centro de reunión durante los fines de semana y destino religioso entre semana, el poder adquisitivo de los lugareños mejoró considerablemente. Ellos se las ingenian para ofrecer servicios y productos a los miles de visitantes que pasan por el lugar. Es por eso que cada dos casas, en Villa Dominguito, hay un almacén o kiosco. Venden desde agua caliente hasta artículos de limpieza. Incluso hay quienes se dedican a alquilar parrillas los fines de semana y hasta bicicletas. La venta de hielo y bebidas frescas es también moneda corriente.

Era un pueblo fantasma. En esto coinciden los lugareños. No había luz en las calles, no había asfalto y los jóvenes abandonaban el lugar ni bien tenían edad para hacerlo. Pero ahora el panorama es distinto. Villa Dominguito venció al éxodo y al olvido. Los lugareños supieron aprovechar el movimiento turístico que se generó desde que se construyó el predio y comenzaron a realizarse allí fiestas que llegaron a convocar a unas 20 mil personas, tal como sucede con la tradicional representación del Belén Viviente, al pie del cerro, todos los 25 de diciembre. Las peñas que se hacen en el verano también movilizan a una multitud. Lo mismo sucede con el campeonato de barriletes que suele hacerse en época de invierno. A partir de hoy habrá una nueva festividad. Se celebrará el natalicio de Ceferino Namuncurá y se dejará esta fecha como un festejo para agasajar a los más jóvenes.

“La gente de Villa Dominguito supo aprovechar la oportunidad. A la creación del predio, ellos le pusieron valor agregado. Todos ofrecen algún servicio. Desde agua caliente, hasta pan casero. Incluso alquilan bicicletas. Todo esto hizo que tuvieran más recursos económicos y que su modo de subsistencia no se limitara al trabajo en las minas o en el agro”, dijo el intendente Cristian Andino.

Las postales de un pueblo con calles vacías quedó en el olvido. Hoy, en Villa Dominguito abundan los colectivos, las combis, los automóviles que trasladan gente que va al predio a visitar la imponente imagen de Ceferino, o simplemente a pasar un día de campo. Es que en el lugar hay infraestructura adecuada para que la gente pueda pasar el día, como son sanitarios, quinchos, parrilleros, mesas y sillas de cemento.

“Aprendimos a convivir con los visitantes. Al principio fue difícil, pero después le sacamos provecho”, contó Oscar Moreno. “Creo que debo ser de los pocos vecinos que no tiene quiosco o almacén. La construcción del predio y las fiestas nos mejoró”, agregó el hombre.

Los vecinos

El señor de los rosales

™Meticuloso y puntual, cada mañana Oscar Moreno sale a regar sus rosales. Está orgulloso del jardín de su casa, que da justo a la calle principal de Villa Dominguito que topa en el predio Ceferino Namuncurá. El hombre, jubilado rural, vive en ese lugar hace 40 años. Y a sus 72 años dice que el cambio que vivió la villa fue abrupto y para mejor. ‘Este era el campo, nadie llegaba hasta acá. Estaba olvidado, aislado y todos trabajábamos en las fincas. Pero ahora la cosa es diferente. El pueblo se modernizó, está mejor. Todos tienen cómo subsistir‘, cuenta Oscar, mientras hace alarde de sus 32 rosales que le dan color a la esquina de su casa. ‘Acá no había nada. Ni calles, ni luz. Si bien tuvimos que acostumbrarnos al gentío, creo que todo fue para mejor‘, concluye.
Su lugar en el mundo

El trabajo de mantener impecable el frente de su casa no lo agota. Saca el pasto viejo, remueve la tierra y pone el sapito para dar humedad a la tierra. Así, Gabriel Pérez, disfruta de su estadía en Villa Dominguito. El muchacho nació en La Puntilla, pero desde hace 4 años vive en la villa. “Compré el terreno y comencé a construir mi casa. Fue una elección familiar ya que quería que mis hijos crecieran en un lugar tranquilo”, cuenta Gabriel que trabaja en una de las bodegas más reconocidas de San Martín. Con su esposa y su hija de poco más de un año, Gabriel disfruta de la vecindad. Cuenta que los fines de semana hay mucha gente, pero que no le afecta porque ya se acostumbró. “Es un lugar seguro y tenemos la policía en el corazón del pueblo”, dice el joven
Testigo del paso del tiempo

™Habla poco. Pasa horas mirando al cerro y a los niños que pedalean sin cesar. Se trata de Pedro Lucero, uno de los vecinos de más edad de Villa Dominguito. El hombre no recuerda fechas. Sólo sabe que lleva en ese lugar más de 70 años. Llegó allí cuando terminó el servicio militar y nunca más se fue. Vive con su esposa y sus dos hijos. A nadie se le ocurrió abandonar el pueblo.
“Ahora hay más movimiento. Pero esto siempre fue tranquilo”, cuenta el hombre que nació en Chucuma, Valle Fértil. “Todo cambió mucho en los últimos años. La gente tiene trabajo, se pone negocios, vende agua. El que no trabaja es porque no quiere”, asegura Pedro mientras recuerda que el lugar fue siempre un sitio casi fantasma que sobrevivía gracias a la explotación de algunas minas.