Reparten las noticias sin importar si hay viento, Sol o llueve. Recorren barrios, caminan y pedalean sin descanso o permanecen todo el día de pie vociferando primicias. Son los canillitas, quienes mañana festejan su día al conmemorarse 64 años de la muerte del uruguayo Florencio Sánchez, que hizo una obra teatral cuyo personaje era un chico que vendía diarios en las calles. El espectáculo se llamó ‘Canillitas‘ y la palabra se convirtió en el modo de denominar a los vendedores de diarios.
DIARIO DE CUYO les rinde homenaje con las historias de Antonio Arrieta, quien actualmente es el canillita más antiguo de San Juan, y Juan Narváez, el único vendedor de diarios de Pedernal.
Antonio conoce el amanecer de memoria. Sólo tenía 11 años cuando comenzó a levantarse a las 4 para buscar el diario y salir a repartirlo. Lleva más de seis décadas y media haciendo lo mismo. A bordo de su bicicleta recorrió desde los andenes del ferrocarril hasta los barrios recién construidos de la Capital, siempre sosteniendo la corneta que avisa su paso. Con esos antecedentes, actualmente Antonio Arrieta es el canillita más antiguo de la provincia y dice que el suyo es un trabajo difícil, porque no puede tomarse un día ni cuando está enfermo. ‘El diario sale todos los días‘, resalta.
Su bicicleta mantiene resabios del color verde que la cubrió por completo en alguna época. Antonio no es muy alto y sus 77 años han dejado huellas en sus piernas. Sin embargo, todas las mañanas pega un salto ágil para montarse en ella e ir buscar los diarios y revistas. Los carga en el canasto y la parrilla, los sostiene con una soga y va a su kiosco: el Trinidad, armado en la esquina de la plaza Almirante Brown.
Precavido, cuando se entera de que su vida va a ser contada, el hombre prepara un papel en el que escribe gran cantidad de fechas y sucesos. Está asustado, no sabe si recordará todos los detalles que quiere contar. ‘Es un ayuda memoria‘, dice. Contradictoriamente, de lo que se olvida cuando empieza a hablar es del papel, sin embargo relata la historia sin fisuras.
‘Hasta 1944, mi papá era el encargado de cuidar esta plaza -la de Trinidad-. Después del terremoto la gente empezó a irse y los kiosco cerraron. Entonces él le pidió autorización a la Municipalidad y abrió su propio kiosco‘, cuenta hablando bajito. En ese momento, él sólo tenía 11 años, pero junto a su hermano (que ya falleció) ayudó a construir la empresa familiar.
Mientras señala hacia cada zona con su mano, el canillita dice que ‘en esa época íbamos a buscar los diarios de Buenos Aires a la estación San Martín. Llegaban dos días después de haber sido publicados, pero la gente los compraba igual. En San Juan había dos diarios, el Tribuna y el Acción. Un par de años después salió el DIARIO DE CUYO‘.
Aprovechando su paso por los andenes, Antonio vendía los primeros diarios del día, esa era la tarea más difícil. ‘Yo era menor, entonces la Policía no me dejaba vender. Cuando los veía me escondía y después seguía trabajando‘, recuerda.
Así creció vendiendo diarios y, según los datos del Sindicato de Vendedores de Diarios, se registró como canillita el 1 de abril de 1955, gracias a eso, ahora es el canillita más antiguo de San Juan.
Antonio dice que a lo largo de este tiempo todo cambió a su alrededor. El ferrocarril dejó de andar y él dejó de venderles a los viajeros. Pero, a su vez, los barrios crecieron. ‘Al principio en las zonas cercanas a la plaza había viñas, después construyeron barrios, gracias a eso creció la venta. Claro que antes había códigos cada canillita tenía su barrio, su zona. Ahora todo está mezclado‘, dice con resignación. Más allá de las altas y bajas en las ventas, Antonio siempre pudo mantener a sus tres hijas y su esposa, inclusive en las épocas más complicadas. ‘El momento en el que menos vendimos fue el de la hiperinflación, a finales de los ‘80, por suerte salimos de eso‘, reflexiona.
A pesar del sacrificio, el canillita le encuentra muchas ventajas a su labor: conoce a mucha gente, vive tranquilo y se da el lujo de leer todo lo que quiera. Por eso, piensa seguir levántandose cuando aún está oscuro y recuperando horas de sueño en la siesta, por muchos años más.
Camina rápido bajo el sol. Esquiva las piedras sin mirarlas, como si supiese de memoria cómo están ubicadas en el lecho del río. Encara las subidas empujándose con el bastón y dicen que nadie como él para pasar el río cuando hay creciente. Tiene 84 años y una prótesis en la cadera. Pero eso no detiene a Juan Narváez, más conocido como Don Juan, para llegar a cada rincón de Pedernal con el diario bajo el brazo. Es Diario de Cuyo el único medio gráfico que llega a este sector de la provincia. Y todo gracias a este hombre que no duda en recorrer quilómetros caminando para repartir los ejemplares, casa por casa.
Dice que debería hacer esta tarea corriendo, pero hace unos años la bicicleta le jugó una mala pasada. Se cayó mientras andaba por una huella y terminó internado y con la cadera rota. Sin embargo, a pesar de su renguera, sus pasos no se detienen. De bueno humor, llueve, truene o haya crecido el río, cosa muy usual en este sector de la provincia sobre todo en época de verano, Don Juan no deja sin el diario a su clientela.
‘Acá ni siquiera hay señal de televisión, por eso empecé a traer el diario, para que la gente se informara. Llega a las 9 de la mañana todos los días porque me lo manda Luisito Méndez, desde Media Agua‘, dice Don Juan, mientras guarda cuatro ejemplares que ya tiene encargado, en una bolsita de nailon.
Después de los mates obligados de la mañana, Don Juan toma la única calle que tiene el pueblo. La primera curva no es fácil porque es cuesta arriba, pero no quiere demorarse para no llegar demasiado tarde con las noticias. Es por eso que apoya su cuerpo sobre el bastón con más fuerza. ‘Para saber qué pasa en la ciudad, se escucha la radio y se lee el diario. Acá la única televisión que llega es la de las antenas redondas‘, agrega el hombre.
Don Juan llegó a Pedernal en la década del ‘60 junto a su patrón. Era peón de campo y llegó a trabajar la tierra. Poco después se llevó a toda su familia que sigue viviendo en el pueblo. Fue este hombre el que inauguró la primera pulpería del lugar. En la puerta de su casa para el colectivo que llega al pueblo dos veces al día y es el vehículo en el que le envían los diarios, incluso los fines de semana.
Como si se tratase de un ritual imposible de modificar, luego del mate y antes de iniciar su recorrida, Don Juan hojea las páginas del diario. Dice que le gusta llegar a la casa de sus vecinos bien informado. ‘Leo los difuntos y la parte de policiales. Es lo que más interesa acá. Aunque a veces veo las noticias de deportes‘, agrega el hombre mientras llega hasta una casa ubicada en lo alto del pueblo, pasando el segundo brazo del río. Todos los días, en este lugar lo espera la familia Torres. Josefina no duda en alcanzarle un mate bien dulce y caliente. Don Juan tampoco duda en sentarse para tomar un respiro después de una caminata de casi dos kilómetros. ‘Me tomo 15 mates y sigo de largo‘, bromea el hombre que asegura que su familia insiste en aconsejarle que no camine tanto porque la prótesis se ‘gasta‘. ‘A mí me hace bien repartir el diario.
Es poca plata pero puedo conversar con la gente. Además si no lo traigo yo, acá nos quedamos sin noticias‘, asegura Don Juan, mientras emprende el camino de bajada, rumbo a su casa. Es casi el mediodía y acaba de repartir los ejemplares del diario, en un poblado que no supera 300 habitantes y que está a poco más de 85 kilómetros de la ciudad de San Juan, lejos del cemento y del bullicio del tránsito. Para Don Juan, llevar las noticias es mucho más que un trabajo.

