Recuerda que no le gustaba jugar a la pelota. Que se juntaba con nenas. Que se divertía con muñecas. Que no encajaba en su cuerpo masculino. Que esa infancia fue durísima y que tuvo una adolescencia similar. Pero que el cambio de género fue un click: Sharon Paola Zambrana por fin puede disfrutar la vida y ahora celebra un logro que marca un antes y un después en su historia, porque es la primera mujer trans en recibir una casa del IPV.
La protagonista tiene 29 años y días atrás le entregaron su vivienda en el flamante Barrio Las Tres Marías, en Chimbas, donde ahora se vuelve a emocionar al contar por primera vez su historia de vida.
Nació el 21 de marzo de 1996 en el seno de una familia trabajadora de Alto de Sierra, Santa Lucía. Se crió allí, en la casa de su abuela, con sus dos padres y sus tres hermanos más grandes que ella. Sharon no tiene buenos recuerdos de su infancia: lo más duro fue quizás la muerte por cáncer de su madre cuando tenía 11 años, pero otros padecimientos también la atormentaban, principalmente el de no sentirse a gusto con su sexo. “Siempre me sentí diferente, de muy chica ya sabía que estaba en un cuerpo equivocado. Yo no jugaba a la pelota como los otros niños. Siempre me juntaba con mi vecina y un primo, y jugábamos a vestirnos de mujer o a las muñecas”, cuenta.
En esos tiempos poner el tema sobre la mesa en casa era todavía más difícil que ahora. “Mi mamá era ama de casa. Mi abuela tenía hornos de ladrillos y trabajábamos todos ahí, recuerdo que era chiquita y ya ayudaba haciendo todo eso. Mi mamá muere cuando tenía 11 años: nos enteramos de un día para el otro que tenía cáncer, cuando se fue a hacer unos estudios a Mendoza. Y ya era tarde para hacer los tratamientos. A partir de ahí mi abuela nos crió a mí y a mis hermanos, y yo empecé a mostrarme más como mujer. En mi casa en un primer momento no lo tomaron bien, lo veían mal. Igual, nunca me senté a hablar”, relata quien prefiere no introducir en la conversación el tema de su padre.
Sharon asistió a la Escuela José Pedro Cortínez. Terminó la Primaria pero dice que tuvo que abandonar la Secundaria: “Fui buena alumna siempre, pero a la Secundaria no la pude terminar por la discriminación que recibía. Yo ya estaba en mi cambio y eso era motivo de burla. Entonces en tercer año abandoné. No me daban ganas de ir, siempre hacía como que me quedaba dormida y no iba. Los varones eran los más crueles. Las chicas no, con ellas me juntaba, siempre fui buena compañera”.
Su nombre de varón siempre fue un peso, pero encontró refugio en un apodo: “Me decían ‘Tuti’. Y cuando tenía que hacer algún trámite o ir a algún centro de salud, pedía que me llamaran por mi apellido”. Sharon añade que atravesó su adolescencia como pudo, sufriendo muchas veces los embates de una sociedad que ponía el dedo acusador sobre ella en todo momento. “Siempre dije que cuando cumpliera 18 años me iba a convertir definitivamente en mujer. Y que iba a salir a la calle a plantarme, a que me vieran, a decir ‘esta soy yo’. Y bueno, cumplí los 18 años y a partir de ahí mi vida cambió, porque desde ahí nunca más me saqué la ropa de mujer. Ahí me sentí yo misma, me sentí la Sharon que siempre quise ser”, afirma emocionada.
La mujer relata que primero fue “bautizada” en Alto de Sierra por un grupo de amigas trans con las que se juntaba. Tenía 19 años. Le gustó Sharon y quedó así. Posteriormente hizo el trámite formal de cambio de identidad de género, solicitando la rectificación de su nombre, foto y género en su DNI según su identidad autopercibida. Desde ese momento empezó a ser Sharon Paola Zambrana.
Ya con su nueva identidad, cuenta que empezó a hacer talleres y capacitaciones. Estudió peluquería, por ejemplo, oficio que la entusiasmaba pero que también debió abandonar por burlas: “Cuando subía al colectivo siempre me decían cosas. Justo era el horario en el que los adolescentes salían de la escuela y como me veían diferente me gritaban de todo. Me daban ganas de llorar ahí mismo en el micro pero me las aguantaba. Después llegaba a mi casa y sentía una angustia tremenda. Ahí no encontraba refugio, pero porque nunca conté lo que me pasaba. Solamente tenía la confianza de mis amistades, que ellas ya eran chicas ‘extrañas’ como yo”.
La revancha la tuvo años después, ya más madura, cuando se animó a volver a estudiar y pudo terminar el curso de masoterapia, actividad a la que se dedica en la actualidad, ya con cuatro años de experiencia. Por ahora realiza el servicio a domicilio, pero está ahorrando para montar una estética en su nuevo hogar.
Sharon se muestra feliz por su presente. Pide aclarar, ante algunos comentarios en redes, que estaba inscripta en el IPV desde hacía casi 10 años, formando un grupo familiar con su hermano. “Siempre estaba atenta a los sorteos y me inscribía esperando a que algún día nos tocara. Y bueno, en noviembre de 2023, estaba durmiendo y escuchaba que el teléfono me sonaba como nunca. Hasta que contesté y me dijeron: ‘Niña, prendé la tele, saliste sorteada’. Me metí a YouTube, retrocedí la transmisión y sí, había salido sorteada, como cualquier persona que sigue el proceso de inscripción. No daba más de la felicidad”, dice mientras muestra la flamante vivienda, una de las 62 casas de dos dormitorios, baño completo y un ambiente integrado de cocina-comedor que entregó el Gobierno provincial el día 11 de este mes.
En su dormitorio, Sharon guarda una sola foto de cuando era muy pequeña. Tiene menos de un año y aparece con una colita prolijamente hecha en la cabeza. “Amo esa foto. Mi mamá me peinaba así. Yo creo que ella tenía un presentimiento”, dice.
Hoy, mientras muestra orgullosa su casa nueva, vuelve una y otra vez a esa imagen. Allí parece estar el inicio de todo: el de una identidad intuida, el de un amor que la sostuvo en silencio y el de una historia que, pese a la dureza, logró abrirse paso. En esa foto, en esa colita, Sharon cree encontrar la confirmación más simple y más profunda de todas: que siempre hubo alguien que la vio tal como era, aun cuando el mundo todavía no.

