Por Celeste Roco Navea

Era febrero de 1978 y el Cruce de los Andes liderado por San Martín estaba por cumplir 161 años. En aquel entonces la travesía no contaba con la misma publicidad y visibilidad que tiene en la actualidad, y realizar el viaje era más que una hazaña. Un grupo que superaba el centenar de hombres se convirtieron en los primeros en recrear la gesta sanmartiniana, sumando un capítulo más a la historia. Un capítulo que pocos conocen.

La expedición fue emprendida por el RIM 22 (Regimiento de Infantería de Montaña), con asiento en Rivadavia. El jefe del regimiento de aquel entonces, coronel Omar Alberto Sagristá, buscaba la manera de homenajear tanto a San Martín como a todos los hombres y mujeres que brindaron su aporte al Cruce de los Andes, y lo que ello significó después. Si bien la primera opción consistió en un monumento en Las Hornillas, conocido como el primer punto de la travesía del Ejército de los Andes, Sagristá fue un poco más allá y descubrió que después de San Martín nadie más había realizado el cruce ni había vuelto a recorrer las sendas de la libertad a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar.

Los preparativos no demoraron y fue así como alrededor de 110 efectivos, entre oficiales, suboficiales y tropas emularon el cruce, partiendo desde Marquesado. Entre ellos se encontraban Isidro Flores, Carlos Sarmiento, Celestino Naveda, Alfredo Andrada, Pablo Sotelo y Ernesto Leal, quienes compartieron las maravillas de una expedición insólita en su momento junto a DIARIO DE CUYO.

Casi 50 años pasaron de aquella aventura, y aun siguen compartiendo lo que significó la travesía, las adversidades y las maravillas con las que se toparon en el camino, con el propósito de que más personas conozcan este fragmento de una historia que sigue sorprendiendo.

Fueron diez días de viaje en total, fijando Álvarez Condarco como punto de encuentro para que todas las divisiones participantes salieran del mismo sitio y a la misma hora, con destino al límite con Chile, completando el viaje con cinco días de ascenso y cinco de regreso.

Las voces que hoy recuerdan la travesía tenían 18 años promedio. La juventud en sus huesos, según analizan, fue lo que permitió poder hacer gran parte del camino sin inconvenientes, sirviendo incluso como entrenamiento para los jóvenes más neófitos.

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Fotografía Siete Días

Pese a ello las adversidades estaban a la orden del día. Al tratarse de la primera aventura que se realizaba después de tantos años para muchos era desconocido el panorama con el que se iban a topar. Se registraron incidentes de diversas gravedad como caída de mulas al vacío, hombres con dificultades para respirar y síntomas relacionados a la puna, como dolores de cabeza y mareos.

El miedo también estuvo presente en más de una oportunidad. Uno de los sitios más complejos es el conocido como “Quebrada de la Onda”, donde la confianza en las mulas que los trasladaban era fundamental debido a que se encontraban en el filo de un precipicio. Cualquier mal movimiento representaba un riesgo de muerte inminente.

El frío, no contar con la indumentaria adecuada para la ocasión y la precariedad de las carpas también representaron un desafío para los hombres que con fortaleza y seguridad se propusieron realizar todo el viaje superando los problemas y las eventualidades que podían sumar un toque amargo a la travesía.

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El mate, infaltable aliado durante el cruce del RIM 22. Fotografía Siete Días

Pero no todo fueron pesares y malestares. Ser los primeros en reconstruir la ruta sanmartiniana hacia Los Andes sin duda en aquel entonces y hoy en día representa motivo de gran orgullo. La camaradería renovaba a diario el sentimiento de patriotismo y ayudaba a que los momentos complejos se vivieran de una forma amena.

Al ser consultados sobre qué fue lo que más les impacto del cruce, todos señalaron en mayor o menor medida la inmensidad y belleza de la naturaleza con la que se toparon. Valles rodeados de montañas de gran altura, surgentes de agua clara, nieve que parecía haber sido tallada por miles de artistas para lograr formas y figuras tan abstractas como sorpresivas, largas extensiones de verdes valles que se confundían con la profundidad de un cielo azul, claro y eterno. “Una cosa hermosa, maravillosa”, comentaron en más de una oportunidad.

Les resulta inevitable no perderse en el relato. Sucede que los recuerdos comienzan a abordarlos al rememorar el cruce, combinándose con otros momentos que compartieron siendo parte del Ejército.

El viaje comenzó el 25 de febrero de 1978 y culminó diez días después. Durante todo el trayecto se colocaron 12 hitos de acero y bronce, con la bandera nacional en el extremo superior, dejándose llevar por la brisa cordillerana. De esta manera, evidenciaron su paso por la zona. Sin embargo, ninguno de los testigos que compartieron esta historia con DIARIO DE CUYO tuvieron la oportunidad de regresar al cruce, por lo que no saben qué suerte corrieron esos hitos.

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Fueron 12 los hitos de hierro colocados a lo largo del camino. Fotografía Siete Días

La gesta del RIM 22 formó parte de la prensa en su momento. Una publicación física logró vencer los estragos del tiempo y llegó hasta las manos de Alfredo Andrada, una de las memorias vivas del cruce del ejército. Todo fue gracias a Claudina Fernández Siderol quien, tras mover cielo y tierra, consiguió el único ejemplar físico de la Revista Siete Días, publicada el 22 de agosto de 1978, donde se promocionaba el “Gran Suplemento Aniversario de San Martín”, un trabajo con enviados especiales. El único, según los registros, que compartió con la sociedad la hazaña de los soldados en San Juan.

Allí no solo se encuentra el texto narrando cada momento del viaje histórico, sino que además se comparten postales únicas. Mates, mulas, comunicaciones, carpas en hilera o la enorme columna de soldados que se pierden y se vuelven pequeños ante la inmensidad de la Cordillera de Los Andes.

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Fotografía Siete Días

Para los protagonistas de esta historia, que la misma se retome para compartirse es una felicidad que cuesta expresar con palabras. Fueron los primeros en rescatar el camino que hizo San Martín hacia Chile y luego de ellos, nuevamente el cruce volvió a ser inexplorado, hasta la década del 2000 que comenzó a realizarse de manera anual en la provincia, tras ser motorizado por José Luis Gioja en una primera instancia y luego por prestadores turísticos privados.

El sabor amargo del olvido se disipa con la alegría de reunirse y contar nuevamente las anécdotas de aquellos días de viaje, como si hubiera sucedido hace unos meses, esperando con ansias la llegada de febrero 2028, fecha en la que se cumplirán 50 años de la travesía que realizaron los miembros del RIM 22 con orgullo, honra y patriotismo. Una fecha en la que esperan tener mayor presencia en la historia sanjuanina.