Para llegar a pintar los murales del hospital, los integrantes del taller de Arte Inclusivo se reunieron con pacientes, con profesionales de la salud, inclusive con otros trabajadores o personas que transitan a diario por allí. Querían saber qué necesitaban de ese espacio donde para algunos es un trabajo pero la mayoría va a buscar un poco de calma, de alivio a sus dolores. Todos pidieron contacto -al menos visual- con la naturaleza porque el lugar no tiene prácticamente ventanas ni aberturas hacia el exterior. También se refirieron a la necesidad imperante de que los consultorios y los espacios comunes, sean un remanso, una caricia, un sitio de contención.

Por eso, desde hace unos días y luego de un proceso que duró buena parte del año, desde las escaleras que unen la planta baja con el primer piso hasta el pasillo que lleva a los consultorios externos del Servicio de Psiquiatría, a los de Oncología de Adultos, el de Cuidados Paliativos e inclusive las oficinas del INCUCAI, en el Hospital Rawson (en el edificio que está sobre calle General Paz), lucen diferentes. Un mural va tomando forma ahí con paisajes y elementos de la naturaleza pero también con símbolos como un mate, corazones o un abrazo y hasta una cadena de ADN. Lo mejor de todo es que el color ha ingresado y va avanzando intentando abarcar unos 80 metros lineales. 


Esta es una iniciativa del Proyecto de Arte Inclusivo que desde hace años es parte de las instancias que se proponen en la Escuela de Educación Especial Aleluya-Anexo Centro Vida Nueva, que dependen de Arid (Asociación para la Realización e Inclusión de las personas con Discapacidad). Sus verdaderos protagonistas son personas con discapacidad intelectual que tienen entre 18 y 40 años. Soledad Basualdo, Alejo Bustos, Ana Laura Caravajal, Juan Diego Chicala, Tamara Gélvez, Valentina Gremoliche, Camila Martín, María Victoria Moya, María Teresa Rodríguez y Martina Vega son los alumnos que todos los miércoles, de 14 a 18, se ocupan de "humanizar con arte" las paredes.

"El objetivo esta vez era introducir el arte en el hospital, para que las paredes recobren todo sentido y no el que les da un sticker de princesa o de Cars. La propuesta es hacer algo que nos represente, que exprese nuestro deseo para con los pacientes o personas que pudieran estar ahí casi como si fuese un refugio, que los haga sentir menos atemorizados frente a la enfermedad, más tranquilos. De eso se trata, de generar un proceso de humanización de estas paredes para que dejen de estar vacías y puedan tener imágenes que sean amigables, que ayuden a trasladarse de un momento de enfermedad y tratamiento, de angustia a contactar con la vida, la esperanza y permitan darle otro sentido a la espera, al dolor. El arte y la creatividad ayudan a procesar momentos, sentimientos. Por eso estamos convencidas de que los beneficios del arte en espacios como un hospital son muchísimos, tanto para quien lo va a usar a ese espacio como para quien hace la obra. En este caso que pasaron de ser los beneficiarios de la acción o las personas sobre las que generalmente gira toda la atención, a cumplir el rol de aristas, de transformadores del espacio. Ellos son los que aportaron y tuvieron la capacidad de hacer el cambio", explican las profesoras de arte Nadia Bula y Natalia Maggio (que a su vez es psicóloga en el Hospital Rawson). Ellas están acompañadas por el celador Atilio Aballay.


En esta iniciativa tienen varios cómplices claves: primero y principal las autoridades del servicio de Salud Mental, entre otras dependencia hospitalarias, que aceptaron gustosos el desafío y se comprometieron a aportar la pintura necesaria. También el Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson, que es desde donde se realizan las convocatorias anuales para buscar "ayudantes voluntarios", y fundamentalmente donde se desarrolla el proceso creativo de taller, a través de encuentros semanales.

Justamente según entienden las profesionales responsables, esta actividad no es sólo bocetar, dibujar las paredes y ponerles color. Hay un proceso interesante donde no sólo se habla de arte sino que se pone en práctica la empatía, la responsabilidad, el ponerse en el lugar del otro. "La idea es compartir y disfrutar del proceso en el que se gesta la idea del mural. Es una construcción colectiva, entre los alumnos, los voluntarios, inclusive los pacientes por eso nos gusta saber qué esperan de ese mural quienes habitan o transitan por el espacio, nos gusta saber la historia de cada lugar, o que se hace ahí. Así van surgiendo imágenes que trabajamos en el taller, armamos el diseño con todos los aportes". 


En ese proceso es donde aparecen con fundamental importancia la artista plástica Jamile Apara y el dibujante y muralista Lucas Aguirre, quienes les dieron una charla sobre sus experiencias y vivencias, además del aporte de los voluntarios que son materia dispuesta para ir a pintar pero también para hacer todas las actividades sugeridas -algunos de ellos estudiantes de la carrera de Artes Plásticas en la UNSJ, otros artistas anónimos, entre los que están María José Moya, Mariana Muñoz, María Lina Piaggio, Natalia Narváez, Verónica Ocampo y Braian Pastran. 


 

Un camino pintado


El proyecto no es nuevo. Los talleres de arte -también hay propuestas de teatro, vivero, educación física, entre otros- comenzaron a tomar forma en el 2008 en Aleluya y significaron la apertura no sólo a relacionar a sus participantes con iniciativas artísticas sino especialmente a la intención de vincularlos e integrarlos con un mundo social ya que se buscaba que fueran parte activa de algún espacio de pintura o dibujo que ya funcionara. Como esto no era tan sencillo de lograr, lo que hicieron fue armar la propuesta y convocar a pares o interesados que quisieran sumarse.


Tampoco es novedad sus antecedentes como muralistas, acción que han hecho en varias ocasiones: por ejemplo el grupo en el 2017 pintó las paredes exteriores de la institución. Ese año también participó en la convocatoria del Maaanso, un encuentro de muralistas que inclusive ha tenido participación de referentes locales, nacionales y del exterior. En esa oportunidad los alumnos reflejaron la leyenda del viento Zonda en la rotonda, camino al Hiper Libertad. También pintaron una escuela en Benavídez y Salta. Antes se habían involucrado en hermosear las paredes del ENI 29 de Caucete.


En el 2011 ganaron un concurso de la Fundación del Banco San Juan que respaldaba estas iniciativas artísticas.


Pero también vale tener en cuenta que hasta han llegado a pintar murales en Córdoba en el 2018, luego de haber participado en las Jornadas de Experiencias Artísticas Inclusivas y de haber compartido a través del Cepia -que es un centro de producción e investigación en Artes Visuales de la Universidad Nacional de Córdoba- todo un año de trabajo e intercambio de obras con otro taller de arte de personas discapacitadas llamado Lihue Vidas. "Durante ese año nos mandábamos audios, videos, trabajos que iniciábamos en ambos grupos, los intercambiábamos por correo y los terminaba el otro grupo. Fue una experiencia súper enriquecedora que terminó con nuestro viaje allá, a exponer el proceso y pintar un mural en la Facultad de Artes, entre otras actividades", agregan las profesoras como antecedentes que demuestran que los jóvenes son verdaderos artistas.