El 31 de enero de 2008 la vida de Julián Suraci cambió para siempre. Un vuelco durante el regreso adelantado de sus vacaciones en Chile le provocó una cuadriplejía, justamente a él que había jugado al hockey sobre patines desde niño, al tenis, al fútbol y hacía cuanta actividad al aire libre le permitiera estar en movimiento, incluido el esquí. Cualquiera en ese lugar se hubiera preguntado ¿por qué a mi?, y seguramente él también lo hizo, pero su fortaleza le permitió invertir la pregunta, "¿por qué a mi no?". Quizá ese haya sido el primer indicio, aún sin saberlo, que luego lo llevaría a dar charlas sobre su historia de vida, haciendo hincapié en el valor de "estar vivo".

Julián -tenía 21 años en ese momento-, decidió anticipar su vuelta a San Juan para terminar de preparar una materia de la carrera de Contador Público que estudia en Mendoza (actualmente le quedan tres), aprovechando que volvía una pareja amiga de sus padres.

Casi al llegar a Talacasto el vehículo en el que viajaba esquivó a otro que subía y desbarrancó por el precipicio de 15 metros. "Gracias a Dios nadie más tuvo lesiones graves porque podría haber sido terrible, podríamos haber muerto todos", cuenta Julián mientras indica que un guardarrail hubiera evitado el derrape.

El conductor del otro vehículo era rescatista y contaba con camilla y cuello ortopédico lo que le permitió auxiliar a Julián junto con un médico traumatólogo que pasó por allí a los cinco minutos del accidente. "Estabamos a la orilla de la ruta y le pregunté al médico si movía las piernas. Me contestó que no y ahí supe que no volvería a caminar", dice.

Luego vinieron 62 días en Terapia Intensiva, cuatro operaciones en total para poder recuperar parte de los movimientos que había perdido. "Fue espantoso, no podía comer, ni tomar agua que es lo peor del mundo para evitar infecciones post operatorias. Estaba completamente inmóvil, no pude hacer nada durante tres o cuatro meses. Fue cansador, pero tuve la suerte de contar con el apoyo de toda mi familia que no me dejó ni un minuto, de mis amigos que hacían un gran esfuerzo para viajar y estar conmigo. Muchas veces aguanté más por ellos que por mi, no quería fallarles", expresa Julián al recordar el tiempo que pasó en Córdoba donde estuvo internado.

Regresó a San Juan en marzo de 2009, para continuar acá con el proceso de rehabilitación de 3 horas por día para intentar recuperar su vida normal. "Traté de ver qué podía hacer con las materias regularizadas, y por suerte la Universidad reconoció esas asignaturas. Como ya no podía vivir allá porque necesito ayuda para movilizarme , iba a rendir parciales, mis compañeros me pasaban los apuntes aunque ya no era lo mismo porque te perdés mucho si no vas a clase. Ahora ya quiero terminar, me quedan tres materias y estoy preparando una para rendir en noviembre", indica.

Julián cuenta con asistencia de enfermería las 24 horas, los cuatro enfermeros que lo asisten son sus compinches y quienes comparten con él gran parte de su vida.

El inicio de las charlas

Sólo durante su estadía en Córdoba tuvo asistencia psicológica, luego prefirió dejarla porque se considera "cerrado", y no le dan ganas de contar sus cosas. Tanto que desde hacía un tiempo el psicólogo, Gustavo Más, de la Escuela Modelo lo había invitado a dar una charla a los alumnos del último año de la secundaria pero él siempre se negaba. "Un día me pregunté qué haría de mi vida y decidí dedicarme a dar charlas. Llamé a la escuela porque yo fui alumno de la Modelo, y el psicólogo me dio algunas pautas, una especie de guía para dar la charla. Hice un power point que me orienta, pero siempre la charla es diferente. La primera fue con los chicos del último año, pero de inmediato continúe con los otros cursos, terminé dando tres en una semana. Luego en el Colegio Inglés y en el Integral donde sucedió lo mismo, comienzo por los más grandes, pero después charlo con todos los otros cursos", agrega.

Luego los integrantes de Casemi (Cámara de Servicios Mineros) lo convocaron y le dieron su apoyo para continuar en otros sectores sociales, tanto que ya debutó en el Gran Hotel Provincial con una masiva concurrencia que fue a escuchar su historia, y de alguna manera aprender a valorar lo que se tiene.

La charla se divide en tres partes y dura entre 45 y 50 minutos. En este tiempo relata cómo fueron las cosas desde el accidente; luego compara el antes y el después de este hecho, y finalmente sus expectativas. "Hay dos opciones después de algo así, o te quedás llorando, o llorás y te levantás para poner el pecho", dice Julián quien, además sostiene que su vida actualmente cuenta con cuatro pilares fundamentales. Uno de ellos es su familia integrada por Amalia Pardo, su mamá; Francisco Suraci, su papá; Lucrecia y los mellizos Alvaro y Constanza, sus hermanos. Otro de los apoyos fundamentales es su novia, Gabriela Porolli; y una veintena de amigos que lo acompañan a sol y a sombra.

A Julián, más de una vez le brillan los ojos al hablar de la gente que quiere, sobre todo sus amigos inseparables, su familia y Gabriela, que son, sin duda, los que conocen sus estados de ánimos, sus emociones, su fortaleza, y sus ganas de hacer cosas para seguir.

Actualmente practica algo de ping pong en su casa, pero busca nuevos deportes (menos natación que no le gusta), para hacer en su silla de ruedas, piensa en continuar con sus charlas para llevar su historia a quienes quieran escucharlo, algo que logró a pesar de que siempre consideró que no era capaz de exponer su vida y sus emociones delante de la gente. "Nunca fui tímido, pero tampoco pensé que iba a exponerme así, me resulta más difícil cuando está alguien de mi familia o mis amigos porque me movilizan mucho. Tampoco doy consejos, ni mucho menos, me limito a contar lo que me pasó y cómo pude seguir".

El nuevo camino ya comenzó con sus charlas, llegando a gente que descubre en él, un campeón de la vida.