Para ellas, este destino laboral y afectivo va más allá de la vocación y de la "herencia": es el resultado de una cuestión natural ya que desde pequeñas ayudaron en el trabajo docente.
Como ellas, otras tantas mamás comparten sus intereses y sus profesiones con sus hijas. Como ejemplos, Mariel Crifó de Padilla y Yanina Padilla tienen un negocio en común, mientras que Estela García y Laura Ciácera están unidas no sólo por la relación materna sino además por su pasión por los vinos. Que sus historias sirvan para celebrar este Día de la Madre.
"Yo siempre quise que hicieran otra cosa. Creía que daban para más. Pero después ellas mismas me demostraron que el amor por la escuela es más fuerte y que podían ser felices y completas trabajando en este ámbito".
La que habla es Ana Ramazzi de Coria. Se refiere a dos de sus hijos, Tatiana y Romina, que más allá de las intenciones maternas porque en principio tuviesen una profesión distinta a la suya, ellas le siguieron sus pasos en el Colegio Integral. A este establecimiento lo creó en los ’80 -luego de haber hecho nacer al Jardín Lagarto Juancho- junto a una socia que, por esas cosas del destino con los años optó por seguir otro rumbo. Ahora son sus hijas quienes la acompañan en su tarea, de igual a igual.
Aunque pueda parecer complicado y hasta a veces difícil de sobrellevar, para ellas el compartir familia y trabajo es sumamente placentero. Eso sí, en la mesa de los sábados, los domingos y las fiestas tienen como regla no hablar de la escuela. Según dicen esto es así porque tienen claros los límites y los roles. "De otro modo no podríamos llevarlo adelante. Es que no sólo entre nosotras tres somos madre e hijas, docentes y autoridades, compañeras y directivos, sino que además están mis nietos, entonces ellas mismas se convierten en mamás de alumnos con todo lo que esto implica", resume Ana en pocas palabras las rutinas.
"Hoy por hoy es una empresa -en el más amplio sentido de la palabra- fácil de compartir. Para nosotras no es trabajo, es placer y así lo viven todos en la escuela", dicen al unísono las tres.
La que más clara tenía la vocación era Romina, la segunda de los Coria Ramazzi. Ella -para no contradecir las premisas de su mamá- relegó a un segundo plano la carrera docente, la que finalmente estudió luego de haberse recibido de psicopedagoga. Esta profesión jamás ejerció, en cambio, sí es maestra jardinera en el Integral. "Yo nunca dije soy la hija de. Para mí, todos somos iguales. Y el secreto pasa por estudiar y esforzarse. Lo mismo pretendo para mis hijos y mis sobrinas", dice Romina.
Tatiana, también siguiendo las premisas familiares, estudió Abogacía. Le falta una materia para recibirse. Igual, hace años, que se ocupa "de todo un poco" en la escuela. Dice que siempre hay algo que hacer, desde colaborar cortando la comida a quienes se quedan a almorzar en las instalaciones escolares, comprar insumos, pagar sueldos y llenar papeles internos.
La conclusión es que esta historia no podía ser de otra manera. Es que las chicas prácticamente mamaron la profesión que Ana abrazó de joven. Ella nació en Mendoza, en el seno de una familia italiana. Bajo el mandato de su papá, se quedó en su provincia y así abortó la idea de convertirse en escribana pública. A su vez, siguiendo el consejo materno estudió dos carreras vinculadas a la educación, al igual que sus hermanas. Se recibió a principios de los años ’70 de profesora para chicos especiales y de maestra jardinera. Fue justamente esta última profesión la que la trajo a San Juan.
"En el 72 rendí para un cargo. No era un examen así nomás. Había que pasar un escrito, un orla y la práctica. Eso siempre se los cuento a mis hijos. Así empecé a trabajar en la Escuela Manuel Belgrano con los más chiquitos", recuerda la mamá que por ese entonces no tenía más que 20 años y ya estaba enamorada de un sanjuanino.
La vida la llevó a otras escuelas e inclusive a conocer de la mano de su esposo a un matrimonio amigo del que saldría la primer sociedad. Con Coca Collado inauguró el "Lagarto Juancho", un jardín maternal que para del año ’77 fue precursor en su época: los alumnos iban en jardinera y zapatillas, en lugar de guardapolvo cuadrillé y zapatos porque era más cómodo, las maestras eran "tías" (por una cuestión de contención) y no se iba al jardín sino a la "casa del Lagarto". Había clases de inglés, música y educación física. Allí justamente fue dónde Tatiana y Romina empezaron a dar los primeros pasos como docentes. "Aunque ellas eran pequeñas todavía iban por ejemplo a darnos una mano en la adaptación. Entonces los niños se quedaban contentos porque estaban con un par jugando, de igual a igual. Después también enseñaron hockey sobre césped. Para nosotras el compartir la escuela y el jardín es algo natural, porque las tres crecimos en este ámbito", cuenta.
Un día, mientras Ana corría desde la escuela primaria de sus hijas al estudio de danzas dónde una de ellas tomaba clases y de ahí a llevar a deportes al resto se le ocurrió la idea que cambiaría radicalmente su vida y por qué no la de muchos sanjuaninos que la eligieron como propuesta educativa para sus hijos: creó la primer escuela privada de San Juan con doble jornada. "En ese trajinar de todos los días me di cuenta que la solución era crear una escuela similar a la que yo había vivenciado de chica en Mendoza. Creo que no me equivoqué. Pero puede hacer todo esto gracias al apoyo de mi esposo y mis hijos", agrega.
Sus hijas le admiran su capacidad para enfrentar desafíos, su perseverancia, su seguridad a la hora de elegir, su fortaleza y la alegría con que acompaña cada jornada. Ella, en cambio, reconoce que sus descendientes la han superado y valora la responsabilidad con que encaran cada tarea. Será que esa es la ley de la vida.

