Durante 30 años -la mitad de su vida- se dedicó a coleccionar pesebres. María Inés Méndez Ferla, ya convertida en arquitecta, buscó afanosamente por cada rincón de Latinoamérica, movió cielo y tierra, rogó y persiguió a cuanto creador se le puso por delante con un pesebre que la impresionara, tanto por su sencillez, sus materiales, su diseño o la identidad que supo transmitir a través de las figuras de Jesús recién nacido, María y José pastor. Dejó de comer, ahorró sin pausas, en algún momento hasta empezó a confeccionarlos con sus propias manos con tal de acopiar las figuras más originales. Los recibió de regalo de sus amigos y familiares que, conocedores de su hobbie, se los trajeron de souvenir de distintas partes del mundo. En fin, hizo de todo para conseguir un nacimiento diferente. Eso sí, debía ser artesanal y ser reflejo de su lugar de origen.

Así, en esa treintena de años, logró su cometido y con creces. Llegó a tener en sus manos tantos pesebres que por cábala -dirá que para que no se interrumpiera su colección- no los contaba jamás. Lo cierto es que 113 de esos nacimientos -prácticamente la totalidad del repertorio, producto de la pasión que le corría por sus venas-, tienen a partir de ahora un nuevo dueño. La arquitecta Méndez Ferla decidió donarlos a la Catedral y empezar así "el inicio de la colección de pesebres de la principal iglesia sanjuanina'', tal como le gusta definir a la propuesta que le hizo al padre Rómulo Cámpora: "los belén ya no son míos, ojalá que otras personas puedan sumar los suyos y hacer la colección más grande''.

Es por eso que, en agradecimiento a esta donación (nunca había recibido un regalo semejante, según contó el padre Rómulo) y para dar comienzo a las celebraciones navideñas a la partir del próximo domingo 4 de diciembre, la Catedral hará una exposición de estos pesebres de todas las formas, materiales, colores y tamaños (ver Para agendar).

La pasión por "el Jesusito''

El afán pesebrista, calificado de obsesivo y perseverante, de Méndez Ferla empezó sin que ella se diera cuenta, se podría decir sin temor a equivocarse. La mujer protagonista de esta historia no se considera una persona mayormente practicante del ritual católico, pero si es creyente. De hecho, en su casa paterna, como en tantas otras, la imagen del pesebre estaba presente en cada Navidad y ella lo respetaba como un gran símbolo pese a que creció armando un tosco nacimiento de yeso comprado en la entonces Casa Chait, tal como cuenta.

Fue en 1979, cuando viajó sola a Venezuela por seis meses, para hacer un curso de perfeccionamiento de la OEA. En el periplo de regreso, a mediados de diciembre y haciendo una parada -entre tantas otras- en Ecuador, le llamó la atención en una feria callejera un pesebre muy colorido y típico de ese país. Lo compró para traérselo de regalo a sus sobrinos.

En otro alto en el recorrido, pero esta vez en Perú, adquirió uno más, realizado en una blanquísima piedra de Huamanga (típica del lugar) que tuvo como destinatarios a sus padres.

A partir de entonces y a consecuencia del encanto desmedido que descubrió por viajar, también adquirió el gusto por acopiar pesebres de cada lugar que la tenían como eventual habitante. Es que a esa primera capacitación en Maracaibo, le siguió un posgrado de 2 años en Colombia en 1980 y una beca por igual tiempo pero en los "90 en Santiago de Chile, además de vacaciones por diferentes puntos de Argentina e inclusive Latinoamérica, donde en más de una oportunidad supo cargar una valija para la ropa y otra para los pesebres.

"En cada lugar fui descubriendo las manifestaciones artesanales de los pesebres como verdaderas exquisiteces. Era una atracción especial que no tenía límite alguno. Intuyo que el mismo "Jesusito" junto a sus padres me guiaron en esta pasión que definitivamente me cambió la vida y me mostró muchas cosas. A medida que iba ampliando mi colección, buscando piezas únicas y materiales que no se repitieran, me fui dando cuenta que con ella pretendía mostrar que no hace falta que llegue diciembre para armar el pesebre, sino que se puede tener en casa todo el año e inclusive se pude hacer en familia, ni siquiera hace falta comprar uno de fábrica que no trasmita el verdadero valor del nacimiento. Se pueden hacer con muy poco dinero, con cualquier material que haya en casa, incluso con aquellos que se desecha a diario. Es más, cada integrante de la familia puede aportar su figura y, sin lugar a dudas, los resultados serán un pesebre familiar con todas las letras y pleno de amor'', asegura la arquitecta.

Un símbolo de su vida

Los viajes de Maine -apodo que recibió de sus sobrinos- se acabaron con la enfermedad de su madre (luego que su padre falleciera) hace quince años. Como tenía que dividir su rutina entre la profesión y el cuidado de su mamá, tuvo que sacrificar su gusto por recorrer el mundo, especialmente Latinoamérica. Esa fue la razón también por la que se "paralizó su colección'', tal como clasifica a esa etapa en la que ya ni siquiera tenía tiempo para armar unos cuántos pesebres y ponerlos de adorno en la mesa del comedor que sólo se usaba para recibir visitas.

Entonces fue que decidió hacer los nacimientos con sus propias manos para suplir los que conseguía en sus viajes. Ahí se puso en la piel de artesana y logró crear "muchos pesebres distintos'' ya que los hacía según su mirada del mundo. La sensación de crear -siempre ayudada por su amiga Patricia Torres y con el asesoramiento de otra amiga, Martha Solari- llegaron a entusiasmarla tanto como su afán por comprar.

Hace un año, falleció su mamá, una de las personas que más alentó su hobbie. Quizás sea por eso que

María Inés sintió que el dolor sumado a la mudanza a un departamento de pequeñas dimensiones, le esfumaron su pasión pesebrista. "Ya no tenía sentido. Los pesebres estaban embalados en cajas y más cajas. Es por eso que un día decidí donarlos a la Catedral para que puedan disfrutarlos muchas personas y hasta quizás yo misma pueda verlos por primera vez, expuestos todos juntos'', cuenta la mujer que de su colección sólo regaló un pesebre a cada uno de los integrantes de su familia y personas cercanas, mientras que ella se dejó uno que al desembalarlo para hacer el prolijísimo inventario que entregó a la Catedral, se rompió. "Fue un símbolo. Sentía que ese pesebre se quería quedar conmigo'', se dice para sí misma como explicando el apropiarse de la pieza de barro crudo al que tuvo que hacerle reponer la cuna donde duerme Jesús.

Para la Catedral, el regalo de los 113 pesebres, no fue recibido como un hecho menor, ya que según contó el padre Rómulo, allí tan solo contaban con un antiguo nacimiento de yeso de los años "70 cuando se reinauguró el templo y otro de piedras y tierra de diferentes partes de la provincia, dotado de un sistema de música, que hicieron el año pasado un artista plástico y dos ingenieros.