Hoy comenzamos el tiempo litúrgico de Adviento, en el que los discípulos de Jesús nos preparamos para vivir el misterio de la Navidad. Es un rico tiempo de cuatro semanas que miran a avivar nuestra fe en el Dios que vino (Belén), viene (hoy y siempre) y vendrá (al fin de los tiempos).

Con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid de este año, el papa Benedicto XVI ha repetido varias veces que algunas sociedades parecen haber aceptado tranquilamente la decisión de vivir el "eclipse de Dios". La respuesta cristiana es la de una fe convencida que, con la vida, da testimonio de la presencia y del amor de Dios. El insiste en mostrarse como nuestro Padre. Y esto porque es nuestro Padre de Amor.

Los creyentes sentimos deseo de Dios, de su presencia en nosotros, y no dudamos en confesarla abiertamente. Al comienzo del Adviento recordamos el ardiente deseo que se contiene en la última parte del libro de Isaías: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia" (Is 64, 1).

El evangelio según San Marcos nos recuerda la advertencia de Jesús: "Mirad, vigilad, pues no saben cuándo es el momento". Como para explicar el alcance de este aviso, el texto incluye una breve parábola que parece jugar con los polos del tiempo.

1- El pasado está evocado por el recuerdo del dueño de casa que se ha ido de viaje sin dejar constancia del itinerario que ha de seguir. Es un dato que sugiere el valor de la memoria como testimonio de la fe, en medio de la noche oscura del alma y las dificultades de la vida misma.

2- El presente nos hace ver a los criados, a los que el dueño ha dejado encargados de las diversas tareas que se requieren en la casa. En ellos descubrimos la importancia de la responsabilidad en la que se concreta el servicio diario del amor. Sin el trabajo cotidiano, es imposible pensar en realizarnos. A hacerlo con detalle, amor y responsabilidad.

3- El futuro, finalmente, se atisba en la atención con la que el portero de la casa ha de aguardar el retorno incierto de su amo. En él se hace evidente esa paciencia vigilante que es el signo de la actitud de espera y de la virtud de la esperanza. Hnas Urs von Baltasar decía: " La paciencia es el amor hecho tiempo".

El Trabajo y la Oración

"Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa". En estas palabras de Jesús se unen la moraleja de la parábola y la exhortación que da sentido a la actitud propia de adviento: la esperanza cristiana.

- "Velad": Hay mil cosas que pueden drogarnos y adormilar nuestra conciencia. Pero la fe genera la libertad. La libertad exige el precio de la austeridad. Y la austeridad nos mantiene despiertos para atisbar en la noche el anuncio del sol. Es preciso mantenerse en vela para poder escrutar los signos de los tiempos. No olvidemos: el consumismo es la idolatría de los objetos.

- "No sabéis cuándo vendrá" Las violencias del mundo nos lleva a pensar que Dios se ha desentendido de la historia. Muchos nos dicen que estamos solos en el mundo. Y otros pretenden calcular el fin de lo creado. La esperanza nos da la plena certeza de que el Reino de Dios ha de realizarse un día. Pero no precisa el momento de su manifestación.

- "El dueño de la casa" A nuestro alrededor estalla el grito de la humana autonomía. Nos creemos los señores de la tierra. Pensamos que con nuestro ingenio podremos orientar hacia el bien la marcha de la historia. Pero el Evangelio nos dice que sólo el Señor es el Señor de todo. Con el trabajo responsable y la oración viva, le mostramos nuestro amor.

Esperanza última y esperanzas humanas

Hay realidades en nuestro tiempo que han sido esperadas por los siglos, y que aún con limitaciones van llegando, por ejemplo, una conciencia más viva de la dignidad de cada persona; una mayor sensibilidad ecológica (no podemos enfermar nuestro planeta con nuestras propias enfermedades); la necesidad de la paz internacional que implica el rechazo a toda forma de violencia y discriminación; intentos de salud y educación para todos; desarrollo equitativo de todos los pueblos, etc. Las esperanzas humanas sanas y legítimas no anulan la esperanza última: construyendo nuestro mundo, nos hacemos un lugar en el paraíso junto a Dios.

La esperanza sobrenatural y definitiva sabe que al final de los tiempos, Dios nos quiere compartiendo el banquete de la Vida. Allí sí que Dios será "todo en todos". El cielo no es una ilusión; es una realidad prometida por el Dios veraz. En medio de las tentaciones que nos acechan y distraen, sigamos esperando la manifestación de Jesús, que vino, viene y vendrá. Que la fe nos mantenga en vela para que podamos reconocer el momento de su venida. Ya lo decía el poeta García Lorca: "el peor de los sentimientos es tener la esperanza muerta". Sencillamente sin ella, no podemos vivir ni soñar.