Olga Jais, es maestra de alma. Le fascina ese momento en que alguien puede enseñarle algo a otro. Eso, para ella, es mágico. Y aunque crea absolutamente en la docencia, paradójicamente la ejerció algunos pocos años dentro del sistema educativo. Bastan los dedos de una mano para contar el tiempo que estuvo frente a un grado. Sin embargo, desde antes de recibirse, ya ponía en juego la enorme satisfacción que le generaba enseñar. Esta mujer, a sus 63 años, sigue siendo maestra de apoyo escolar.
Por esa razón, no tiene ni sábados, ni domingos ni feriados. Prácticamente ha sacado del calendario las vacaciones. Tampoco tiene horarios. Le abre "todo el tiempo que necesiten" las puertas de su casa en el Barrio Parque Universitario, los tranquiliza con su paciencia y les explica una y mil veces ese problema que no saben cómo resolver tanto alumnos de la primaria como del secundario. También recibe a chicos que todavía están en jardín y este año, por primera vez, se está estrenando con una futura estudiante de la Licenciatura de Bioquímica en la Universidad de San Luis que la eligió como apoyo para las materias que tiene en el ingreso.
Eso sí, hay un único tema en el que tiene un límite claro: sólo enseña matemática e inglés. Para el resto de los aspectos se brinda por completo. Es que ella es de esas maestras que piensa que su rol no se termina en lo que puede quedar plasmado en un cuaderno o en los resultados después de una prueba (motivos por los que generalmente llegan los chicos para buscar ayuda). Su compromiso es con la persona. "Yo hablo muchos con los papás. Les doy indicios de lo que sus hijos me dejan ver. Incluso hay casos en los que les pido autorización para ir a hablar en sus escuelas y con sus docentes. Jamás me pasó que alguien me lo negara. Y creo que les sirvo de nexo y por otro lado, eso les da confianza a los chicos", dice la mujer que por ejemplo, es la responsable de que uno de sus alumnos aprobara Matemática después de haber rendido quince veces la materia, según cuenta sorprendida.
También gracias a ella tuvo su título esa chica que se pasaba el día trabajando: por la mañana como empleada doméstica y por la tarde en una fábrica. Los ratos libres, iba a lo de Olga, para estudiar. Por su esfuerzo, la maestra la esperaba con un plato de sopa caliente en invierno y algo más fresco en verano y no escatimaba los minutos para aprovechar al máximo. Se recibió y ahora son amigas.
No es todo. Le salvó su vista Marcela Castro que iba a clases de inglés y Olga que puso en alerta a los padres por lo que a la chiquita le costaba ver en el pizarrón y se agachaba mucho para escribir. Anécdotas como estas hay a montones y son las que alimentan sus días.
"Yo creo que para ser maestra hay que ser observadora y poner el alma. Eso es lo que intento", dice convencida de la importancia de su tarea.
Aprendizaje para siempre
A mediados de los ’60 se recibió de maestra en la Escuela Normal San Martín. En realidad, ella quería ser Profesora de Educación Física. Tenía condiciones y todas las averiguaciones del caso. Pero le faltaba la aprobación de los padres, a quienes no les convencía como futuro para su hija. "No me hice mucho problema. Le pasé todos los datos a mi prima. Ella por suerte se recibió. Yo, en cambio, fui maestra", relata.
Antes de recibirse, no había siesta en que no armara un pizarrón para sentar frente a él a los niños del barrio. Se pasaba horas enseñando a escribir y leer. Después, con el título en mano, dio sus primeros pasos en un colegio privado.
"Trabajé en el Colegio de Luján. En ese entonces no había jardín, entonces yo junté a un grupo de niños y armamos el grado. Yo era feliz con ellos, he llegado a subirme a los árboles para jugar. Nos divertíamos pero también había momentos de reflexión y aprendizaje. Después pasé con esos alumnos a primer grado. Allí estuve un par de años nada más y renuncié porque a los directivos no les parecía bien que yo siguiera estudiando otras carreras", asegura Olga Jais que añora que en los tiempos actuales se vuelva a poner en práctica la pedagogía del "aprender jugando".
La vida de Olga no fue fácil. Se casó y viajó por la carrera de su entonces marido por distintas partes del mundo -ha llegado a contar 34 destinos distintos por los que ha pasado para participar en congresos o encuentros académicos-. Vivió en México y París. Y, para que su esposo avanzara en sus estudios, ella trabajaba. En ese interín quedaron caducas sus intenciones por convertirse en Profesora de Física y Matemática, también el anhelo de ser Ingeniera. Hasta que un día quedó sola con sus cuatro hijos pequeños.
"Podría haber vuelto a trabajar como maestra pero sabía que había que dedicarle mucho tiempo y mis hijos me necesitaban mucho", cuenta la mujer que se las ingeniaba para mandar a los niños a la escuela y después cargarlos en el auto y salir a vender productos de los más variados en las zonas alejadas de Santa Fe. Con los años, volvió a San Juan e intentó incorporarse al sistema educativo. "Jamás conseguí un puesto. Ni siquiera como suplente. Me dijeron ante mi insistencia que ya era grande, que tenía 45 años entonces ya no podía ejercer, menos si en los últimos diez años no había ejercido como docente", recuerda.
Lejos de deprimirse y pasarse los días llorando, Olga apeló por ese entonces a lo que mejor sabía hacer: enseñar y ayudarles a los niños que andan flojos en la escuela.
Aunque necesita del dinero que le pagan por sus clases, en muchos casos recibe a los niños sin cobrarles ni un centavo. Para ella, todos tiene el mismo derecho y las mismas oportunidades. Entonces actúa de este modo.
Se define como exigente. Pero también le gusta que sus alumnos sientan que para ella son importantes y que le interesa lo que les pasa. Por eso, disfruta cada vez que vuelven para decirle que aprobaron. "Lo mejor que me puede pasar es que dejen de venir porque aprendieron a estudiar solos. Sé que pierdo un alumno pero que vuelven otros. Otro logro de mi labor, es saber que me quieren y que confían en mí", se confiesa.
Ahora está cursando algunas materias en Informática. Sueña con poder recibirse, algún día. Mientras tanto, aprende, se capacita y toma algunas herramientas que le permiten enseñar mejor.
Y, aunque no quiera admitirlo, con su esmero y su esfuerzo, es ejemplo para todos aquellos que la buscan como maestra.

