A veces sus pares no los ven como docentes porque no están frente a un grado y solo se dedican a una persona puntualmente.
Las familias de sus alumnos, tampoco los considera maestros porque la cercanía y el compromiso personal desdibujan el rol exclusivo para quien enseña. Ellos saben en detalle acerca de las patologías médicas y buscan tantas herramientas claves como sea necesario para que el mensaje llegue o se entienda.
Quizás sea porque los DAI -¡que sí son docentes!- trascienden la currícula del grado al que concurre el niño o niña que acompañan e inevitablemente se involucran con su diagnóstico, con su historia, con los talentos que descubren, con sus sueños, con sus realidades. No son amigos, ni progenitores, pero en fondo, trabajan desde el afecto, comparten logros, aplauden avances que por más mínimos que sean son logros verdaderos.
Nobleza obliga decir que ellos tienen su propio día -cada 9 de agosto del calendario-, pero qué mejor que homenajear a todos los docentes a través de aquellos, como Nancy Romero, Fátima Gisela Gómez y Gerardo Gimeno, entre muchísimos otros DAI de San Juan, cuyo foco no está puesto estrictamente en el contenido escolar, sino en el trato y en la posibilidad de generar el derecho de una escuela para todos. Sin lugar a dudas y para orgullo de Sarmiento, son maestros de la vida.
Gerardo Gimeno
Una tarea de amor y límites claros

En sus 55 años, Gerardo Gimeno, ha tenido un montón de oficios, respaldados por títulos y fundamentalmente por la vocación. Es enólogo, se ha dedicado a la agricultura y ganadería en una finca familiar, fue parte de una empresa que trabajaba con computadoras e impresoras. Hasta que con 48 años se recibió de profesor de tecnología y descubrió un mundo nuevo y enorme cuando, por sugerencia de una amiga, comenzó a dar clases en un centro de rehabilitación para personas discapacitadas. Una cosa lleva a la otra y como él pensaba que necesitaba más herramientas para abordar a sus alumnos, hizo un curso de DAI -Docente Auxiliar o de Apoyo Integrador- pero a su vez, empezó a estudiar psicopedagogía. Actualmente está a dos materias de recibirse.
En ese camino estaba, cuando uno de sus profesores de la carrera, lo convocó para que se sumara al equipo de trabajo -del psicopedagogo, una psicóloga y una fonoaudióloga- que acompañaba a Fabricio, en ese entonces de 15 años. La propuesta requería una carga extra de compromiso porque este joven diagnosticado con trastorno del espectro autista (TEA), presentaba conductas disruptivas, era absolutamente dependiente de los adultos a cargo y estaba como alumno condicional en la escuela por sus reacciones agresivas. O sea el trabajo iba a ser enorme.
Una reunión con el papá y la mamá de Fabricio bastaron para que Gerardo aceptara e inclusive redoblara la apuesta: proponía no solo ocuparse de lo conductual y pedagógico como DAI, sino empezar a involucrarse desde adentro de su casa hacia el afuera, con sus terapias (él mismo lo llevaba y traía) y con cada uno de los aspectos de su vida.
"Fabricio se convirtió en el gran desafío. Soy de los que cree firmemente que todos podemos y que la diversidad no nos separa, al contrario, nos une", dice el profesional que confiesa en más de un momento, en estos cuatro años, pensó en abandonar la tarea pero que el compromiso con el chico lo hizo buscar bibliografía, consultar y apoyarse en el equipo interdisciplinario, para seguir adelante.
Un detalle no menor es que a los pocos meses de iniciado el vínculo, la condición escolar de Fabricio, cambió. Dejó de estar a prueba para convertirse en alumno regular de la Escuela de Educación Especial Graciela Cibeira de Cantoni. A esta altura de las circunstancias dejó de escaparse del establecimiento, de agredir al resto -incluidos directivos, docentes y sus pares- patear bancos, tirarse al piso.
"Fuimos poniendo límites. Hasta ese momento no poseía lenguaje, aunque entendía todo. Nos ayudó mucho trabajar con su mayor deseo que es el celular para ver videos en Youtube, algo que lo hacía encerrarse aún más en su mundo. Entonces negociamos los tiempos de uso y esta estrategia por un lado nos sirvió de herramienta porque le puse una aplicación en el teléfono para que pueda comunicarse y así logró decir algunos fonemas que son enormes logros. A su vez, ayudó para alcanzar lo que él deseaba a cambio de lo que yo quería. Así pudimos regular la conducta emocional".
En ese sentido, Gerardo logró construir reglas claras con él, con la familia, con la alimentación, con su conducta en su casa, con las rutinas diarias y con cuestiones básicas de higiene y cuidado de sí mismo, buscando la autonomía y la independencia. Reconoce que una buena decisión fue sacar las terapias de los consultorios para hacerlas en plazas. "Hacemos caminatas y pudo empezarse a conectar con un mundo exterior, Por supuesto que todo esto fue un proceso, una conquista paso a paso. Por ejemplo, logramos ir a un bar a tomar algo y que él pida, con la aplicación, lo que quiere, inclusive lo que más le gusta es ir a la Catedral y sentarse en el sillón de monseñor", dice con complicidad acerca del joven que para él no solo es Fabricio, sino también Fabri, Fufin y Fufin de las Mercedes Cárdenas del Santo Rosario del Corazón de Jesús. La extensión del nombre, depende de las circunstancias que trabajan.
"Construimos un vínculo, entre una persona que sostiene al otro, sabiendo que es un instrumento, aunque inevitablemente uno se involucra emocionalmente. Trabajamos con mucho amor pero también con mucho límite. Yo siempre desde el lugar de autoridad, porque no somos amigos, lo que obliga a replantear el rol permanentemente", asegura quien considera, a partir de los avances alcanzados, que su trabajo estaba prácticamente realizado por lo que desde hace casi un año anunció su retiro a fines del 2022. Por eso, hace un tiempo ya que el chico va y vuelve solo de la escuela, permanece en las clases del taller ocupacional, en las de teatro, música y gimnasia sin la presencia del DAI (que por supuesto está en la escuela, pero en otro espacio). Esto ha hecho que pueda establecer contactos y vínculos con otras personas en la escuela, como celadores o seños. Ha logrado el desapego.
"Es parte del proceso. Y a eso nos dedicamos los DAI, a que el otro crezca, que deje de necesitarnos. Ninguna persona es igual a otra, no hay recetas ni fórmulas mágicas. A veces es más corazonada que ciencia. Y tengo claro que hay muchos otros Fabricios que necesitan un abordaje, alguien que los acompañe ", detalla quien sueña con que los Docentes de Apoyo Integrador dejen de "estar en el aire" y empiecen a pertenecer a la instituciones educativas. "Así dejarían de haber 5 DAI en un mismo grado porque hay 5 chicos incluidos. Lo ideal sería que nos consideren docentes paralelos, que existamos en todas las escuelas. Sería justo y de mayor alcance para todos", explica y casi como contestándose dice "tenemos que aprender a querer en la diversidad, porque todos somos distintos". Quizás cuando esto realmente pase, es que ya aprendimos lo que Geri, y tantos otros, quieren enseñar.
Foto de tapa: Maxi Huyema/ colaboración Thiago Romero, Selene Romero y Luz María, seño vicedirectora Mónica Muñoz. Agradecimiento Patricia Rodríguez, directora del turno mañana de la Escuela Antonio Torres.
Fotos: colaboración Nancy Romero, Fátima Gisela Gómez y Gerardo Gimeno.

