Irma Cáceres sintió que las paredes del convento la asfixiaban, y no por falta de convicciones. Muy por el contrario tenía la total certeza de su vocación religiosa en la misma magnitud que sentía que debía traspasar los muros para ayudar al prójimo. Así, y a pesar de haberse desligado hace diez años de la autoridad salesiana, decidió conservar sus votos de castidad, pobreza y humildad porque esencialmente está consagrada a Dios. No quería jubilarse y dejar de lado su trabajo en las villas y en lugares donde las necesidades abundan. El nuevo camino espiritual elegido fue el de San Ignacio de Loyola, padre de la compañía de Jesús. Actualmente, es la presidente de la Fundación El Camino que funciona en su casa del Barrio Aramburu en Rivadavia, y congrega a unos 140 sanjuaninos que trabajan en 21 comunidades con diferentes apostolados, denominados EFEC (Equipos de Formación Espiritual Cristiana). Asistencia a los niños oncológicos, a personas separadas de sus parejas, ayuda escolar a chicos con pocos recursos, a adictos a la droga, la prostitución y el alcohol, entre otras necesidades de los sectores más vulnerables de la comunidad, son algunas de sus prioridades.
A todo esto se suman dos objetivos a mediano y largo plazo, un Centro de Oficios que se hará en un predio abandonado cerca de la Fundación, el Colegio San Ignacio y la Casa del Peregrino en otro terreno que intentan adquirir. El tema central es conseguir los recursos económicos necesarios ya que los ingresos a esta entidad son muy escasos.
El camino iniciado por el único grupo jesuita que existe en San Juan comenzó a gestarse hace cerca de diez años, y la Fundación hace unos cuatro, aunque sólo dos con papeles formales.
La semilla fue colocada hace 30 años cuando Irma viajó a Chile para conocer al padre Carlos Aldunate, un referente de la congregación jesuita que ella admiraba por sus escritos. "En ese momento era un movimiento floreciente en ese país que luego llegó a la Argentina con fuerte presencia en Corrientes, Tucumán, Salta, y en menor medida a San Juan. El padre Aldunate sostiene que no es época de estructuras por eso nosotros tenemos referentes o coordinadores que van rotando en cada grupo, así la responsabilidad es redonda no vertical. Eso produce que no haya competencia", dice Irma.
El primer paso para quienes quieren comenzar con tareas de servicio a la comunidad es conformar un EFEC, equipos con un máximo de 10 personas para que el trabajo pueda ser personalizado, y coordinado por referentes.
"Si bien gran parte de los EFEC se reúnen acá en casa (Barrio Aramburu), también lo hacen en hogares de algunos referentes porque la idea es volver a las comunidades primitivas donde la casa de familia era una iglesia doméstica. Los grupos se sienten cómodos, éste es un espacio sereno, de mucha alegría y, sobre todo, respeto. Compartimos lo que tenemos y el mate nunca falta", dice Irma, quien ha trabajado durante años en villas como la Ludueña en Rosario, Santa Fe o La Cava en Buenos Aires donde conoció al padre Jorge Bergoglio, ahora el papa Francisco.
"Iba siempre a la villa, un hombre muy humilde, al punto que siempre le decía a la gente si quieren conocer la humildad conozcan a Bergoglio. Imagínese cuando fue elegido Papa, el teléfono no dejaba de sonar, nos llenó de alegría. Acá todos llorábamos de felicidad y oramos pidiendo a la Virgen que lo cuide mucho", explica.
Irma es acompañada en la vicepresidencia de la Fundación por Adrián Alonso a cargo de la Escuela de Liderazgo destinada a formar empresarios líderes al estilo de los jesuitas. Es decir, formados en el autoconocimiento, con capacidad de diálogo, de servicio y sacrificio.
"He sido muy feliz en la vida en comunidad porque en mi casa me inculcaron el amor al prójimo, por eso no quería jubilarme sin dejar de hacer cosas. En el convento tenés horarios y estructuras muy antiguas cuando la sociedad está pidiendo otra cosa. Sentí el llamado de Dios para hacer esto, él me ayudo y pude continuar con mi vida religiosa pero ofreciendo mi trabajo por la gente. Quizá sea como una gota en el mar, pero que sirve para aumentar", indica.
El gran desafío de la Fundación El Camino a mediano plazo es recuperar las instalaciones del que fuera el centro comercial del Barrio Aramburu, ahora casi convertido en ruinas para montar el Centro de Oficios que le permitirá la recuperación a adictos a las drogas, el alcohol, personas dedicadas a la prostitución y mujeres golpeadas.
"Ese lugar ha sido donado por el arzobispado, pero debemos hacer muchas cosas para recuperarlo, y además comprar maquinaria para herrería, carpintería, tejido y costura que no son nada baratas", dice Irma.
Los únicos fondos con los que cuentan son los ingresos de algunas rifas o de las charlas y talleres que se dictan de los cuales los profesionales dejan de su cachet un porcentaje voluntario.
El centro llevará el nombre de Juan Carlos Pelayes, un integrante de la fundación que trabajó mucho por la comunidad y murió en un accidente de tránsito.
"La oración es la base de todo. Primero oramos y luego salimos a ayudar a quienes lo necesitan. El espíritu ignaciano es muy amplio llega a donde nadie lo hace porque San Ignacio soñó con estar en los lugares difíciles", asegura.
Quienes integran la Fundación entienden que la "promoción humana es evangelización y que se debe preparar al ser humano para que viva con dignidad.
"Hay tres generaciones de argentinos que se han acostumbrado a no trabajar y a que les den todo. Acá vienen chicos de 13 años para arriba y todo les tiene que costar. Aprender y trabajar dignifica al hombre. La gente debe recuperar la cultura del trabajo. No digo que un chico de 13 lo deba hacer pero puede colabora limpiando, regando, siempre hay algo por hacer. Mientras yo esté acá no se dará nada sin haberlo ganado", explica Irma.