Mucho se habla de autoridad, pero no de la importancia de ejercerla en la familia. ¿Quién es la autoridad en este caso? Ambos padres por igual sobre los hijos. Pero, antes de continuar, debemos mencionar las dos distorsiones más comunes de la autoridad:


Por un lado, tenemos a la persona autoritaria. Como, en el fondo, no se siente capaz, no tiene respeto por los demás y procura aplastarlos. Su lema es: "Acá mando yo". ¿Conocés a alguien así? Su falta de autoridad verdadera hace que busque imponerse gritando y discutiendo. En el fondo, teme perder su poder. Su objetivo es inhibir al otro y, muchas veces, lo logra mediante el miedo. 


Y, por otro lado, tenemos a la persona permisiva. Aquí, todo es "luz verde". Siente que, como a él o ella lo maltrataron de chico, ahora de grande, no quiere hacer lo mismo con sus hijos. En realidad, está confundiendo una sanción agresiva con el hecho de ejercer la autoridad. ¿Cuál es el resultado? Que sus chicos crecerán sintiéndose inseguros y sin tener en claro qué está bien y qué está mal.


Entonces, ¿cómo definimos el ejercer autoridad? No se trata de dar órdenes e imponerse, como muchos creen, sino más bien de tomar decisiones. Alguien que ejerce autoridad, sea un padre o un líder, les está mostrando a los demás el camino a seguir y está fijando límites, lo cual todos necesitamos para sentirnos protegidos. 


El fin de la autoridad sobre los hijos siempre es empoderarlos. Es decir, ayudarlos a construir la autoridad "dentro de" ellos a temprana edad. Así, les heredamos la capacidad de tomar sus propias decisiones y hacerse cargo (ser responsables de) estas. Por supuesto, dicho empoderamiento debe hacerse progresivamente. 


En los primeros años, somos los padres quienes decidimos por ellos. Pero, a medida que van creciendo, les delegamos más autoridad para enseñarles el maravilloso valor de la autonomía y la responsabilidad. De este modo, ellos serán capaces de hacer lo mismo con sus hijos en el futuro.


¿Qué cosas no deberíamos hacer como padres con nuestros hijos?
Fundamentalmente, no hacer por ellos lo que ellos mismos pueden hacer. Muchos adultos, cuando sus hijos están en problemas, intervienen con rapidez para ayudarlos a solucionarlo; lo ideal es permitir que ellos mismos resuelvan la situación. De esta forma, colaboramos para que pueden formar una estima sólida. 


Tampoco debemos usarlos como un escudo protector frente al otro adulto (en el caso de conflictos de pareja). Y mucho menos decirles: "Vos sos el hombre o la mujer de la casa". Los hijos tienen que ocupar su espacio y jamás asumir un rol que no le corresponde a su edad. Evitemos siempre contarles los problemas de los grandes, sobre todo cuando son pequeños.


La única tarea de un niño es jugar y estudiar, mientras son cuidados por sus padres y van construyendo responsabilidad y su propia autoridad interna. Para esto sirven los límites que nunca hay que dudar en establecer, pues no nos limitan. Por el contrario, nos brindan estima y son la plataforma para una vida plena.

Por: Bernardo Stamateas

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