La separación o el divorcio, aunque en ocasiones representa una solución, siempre es vivida como una pérdida para todos en la familia, pues supone la terminación de un sueño compartido. Sin embargo, debido a que son cada vez más frecuentes ya no significa una situación vergonzosa (para hijos y padres) como lo era antes. Hoy sabemos que los perjuicios más grandes no necesariamente derivan del divorcio en sí, sino de las reyertas y litigios incesantes que suelen sucederle, dado que -en general- así como lo asuman los padres, lo harán los niños.
"Actualmente se estima en los tribunales de familia que un 30 % de las parejas se divorcian".
Las separaciones ya son algo tan común, que algunos casi las consideran una etapa evolutiva normal, es decir, como algo que se espera que pase. Pero el pensar el matrimonio como algo temporario lo debilita, pues invita a embarcase parcialmente en él, ya que siempre podrán eyectarse presionando el botón "divorcio’. Por otro lado, en la actualidad aumentó la esperanza de vida, con lo cual también el promedio de años de matrimonio, lo que requiere que el acuerdo entre los esposos sea sostenido mucho más tiempo (casi el doble de los años de soltería). Si a esto le sumamos cierto individualismo y falta de tolerancia a la frustración como rasgos de nuestra sociedad, tendremos una ecuación ajustada a la realidad, que no parece favorecer a la institución del matrimonio.
A partir de los 70′ los casamientos disminuyeron en un 40 %.
Cuestión de actitud
Es común escuchar "Fulanito tiene los papás separados…’ Pero esta afirmación no es correcta, y puede inducir a que el niño viva desdichado, triste o enojado. En primer lugar hay que aclarar que los padres jamás se separan, siguen siempre unidos por sus hijos. Lo que se disuelve es el vínculo de pareja, pero el vínculo parental es indisoluble. Así pues, Fulanito debiera saber que tiene papás juntos pero que ya no son pareja (o novios, como los mismos niños suelen explicarse).
Cuando el divorcio es de común acuerdo, generalmente no trae mayores consecuencias. Según la actitud de los padres ante el divorcio y sus consecuencias será más o menos la actitud que asumirán los hijos. Sin embargo, cuando es contencioso, el enojo para con el/la ex es tan grande que lleva a los padres a pelear casi por todo. Establecen una pauta interaccional de desacuerdo constante, en la que "pulsean’ por todo y suelen tender (consciente o inconscientemente) a hacer una coalición con el hijo en contra del o la ex. Así, diferencias de la pareja intentan dirimirse en el plano de las relaciones parentales generando hijos triangulados. Los padres enajenados por la bronca y envueltos en disputas priorizan la lucha de poder por sobre sus hijos. De este modo, las visitas a los hijos, el dinero, los bienes, etc. son utilizados como armas para ganar poder o herir al otro. Suelen seducir a los hijos brindando privilegios, lujos y permisos con la intención de lograr la preferencia de ellos, o también, otra estrategia muy utilizada es dar indicaciones o poner límites en forma contraria con el/la ex para desautorizarlo.
¿Qué es el síndrome de alienación parental?
En algunas rupturas conyugales muy conflictivas los hijos quedan en medio de esta pelea y suelen sufrir el
Estas circunstancias gatillan un profundo estrés en los niños ya que originan un conflicto de lealtad. Así, reciben presiones para acercarse, pasar tiempo o ser confidente con una de las partes. Entonces, si no toman partido se sienten desleales; pero si lo hacen, sienten que traicionan al otro. En esta situación suelen sentirse solos o un mero trofeo de guerra. Entre tantos mensajes confusos temen ser abandonados, por lo que buscan naturalmente cierta seguridad emocional que los puede llevar a desarrollar una preferencia por uno de los padres.
En son de paz
Por tanto es fundamental superar el enojo y aceptar la realidad. Abordar la separación como un proceso de duelo permitirá transformar el enojo en tristeza. El duelo es el doloroso proceso de soltar lo que tuvimos para aceptar la nueva realidad. El enojo recurrente previene a la persona de soltar una situación, pero el paso a la tristeza permite desengancharse tanto del pasado como de la necesidad de justicia para comenzar a aceptar. Muchas peleas se sostienen por un pensamiento/creencia: "esto que estoy viviendo es injusto’. Esta creencia no permite aceptar la realidad tal y como es, sino que insta a hacer algo para equilibrar la balanza de la justicia. Ambos en la pareja tienen (su) razón, y desde cada perspectiva es cierta. Pero para el bienestar familiar es necesario soltar la necesidad de justicia y abrazar la necesidad de paz. Al culpar al otro uno se victimiza y legitima el dañar, a la vez que se impide ver el grado de responsabilidad en el circuito de pelea, y así se obturan las posibilidades del propio cambio, enquistando la pelea (o la pauta interaccional de desacuerdo). Los esfuerzos por comprender y empatizar con la ex pareja no serán en vano, pues redundarán en paz que necesitan los hijos para crecer sanos. Vale aquí aclarar que comprender al/la ex no significa compartir o justificar.
La decisión
La forma de comunicarles a los hijos la decisión de separarse es fundamental y da forma a la actitud que pueden asumir los chicos en el proceso de separación. La explicación que se les brinda a los niños debe ser clara, honesta y veraz, evitando darles información pertinente a la vida de pareja, sino sólo a la cuestión familiar (con quién van a vivir los niños, régimen de visita, que los padres seguirán siendo padres, que jamás los abandonarán, comida, hábitos, etc.). Cuando los niños no tienen información clara suelen llenar estos baches de incertidumbre con sus propias construcciones mentales, pudiendo pensar erróneamente que la separación es por culpa de ellos mismos o que el que se va de casa los abandona o no los quiere. Es muy importante que, en este proceso, ambos padres estén emocionalmente presentes acompañándolos sin minimizar sus miedos, hablando, cachorreando con ellos, poniendo límites y diciéndoles que los aman. Estando disponibles y dispuestos a escuchar sus preguntas y contenerlos, entendiendo que los niños suelen reaccionar con irritabilidad o volviéndose sintomáticos, entre otras formas.
¿Por qué los límites?
En este contexto, la puesta de límites suele volverse cuesta arriba, pues requiere un acuerdo entre los padres. Recordemos que los límites les ayudan a crecer seguros y a saber qué se espera de ellos. Muchos padres para poner límites se deshacen en explicaciones que repiten una y otra vez, mientras los hijos (niños y adolescentes) parecen no comprender. En realidad sí comprenden, pero no acatan ¿Por qué pasa esto? Pues porque nunca experimentan las consecuencias de sus conductas. Ante la transgresión sólo viene el mismo sermón persuasivo que termina siendo inocuo. Aunque a los padres les duela establecer penitencias, deben hacerlo. Esta es la única manera de que acaten los límites. Además, debo aclararlo, las penitencias siempre deben ir acompañadas de afecto. Acompañarlos con una actitud firme y comprensiva les hace ver que no están solos y que el límite es por el bien de ellos y no por capricho o comodidad del adulto. Esto en general resulta incómodo para los padres, pues tienen que tolerar el enojo de los hijos mientras los vigilan o acompañan a hacer la tarea, por ejemplo. Por otro lado, la puesta de límites requiere de una comunión o acuerdo profundo en el mensaje de ambos padres, para lo que es condición estar de común acuerdo. Si en la crianza de los hijos los padres no están juntos y se descalifican y contradicen recíprocamente o alguno busca ser "el más bueno’ -cediendo en cuanta cosa quiere el niño- pueden echar por tierra el trabajo de enseñar bien a un niño. La reacción de los hijos ante la separación de la pareja de sus padres suele variar según la edad y demás circunstancias, por lo que siempre es recomendable buscar una orientación profesional abordando los aspectos psicológicos como también legales.