El destartalado bazar ambulante, el más antiguo al aire libre de Hong Kong, le valió el apodo de "Pang Jai", que se traduce en español como "pequeñas chozas", por su aspecto.

Las estrechas calles forradas de tela del icónico mercado hongkonés de Pang Jai cerró después de 40 años de actividad en los que diseñadores, estudiantes y curiosos acudían para buscar material y accesorios originales. Entre sus clientes, Crystal Wang, que desde que era niña jugaba en la calle de Ki Lung, en el distrito de Sham Shui Po, donde se originó el mercado. Junto a sus vecinas, fabricaba muñecas, bijouterie con accesorios de plástico y complementos de cuero.

No tenían que alejarse mucho de casa para encontrar los materiales: en el Hong Kong de los años setenta, Crystal compraba todo lo que necesitaba en los mercadillos aledaños a su diminuto apartamento.

"Pang Jai era mucho más que un mercado de buhoneros. Formaba parte del singular tejido social de la ciudad, era un símbolo de la autodeterminación y del ingenio de la gente frente a la burocracia", comenta a EFE la diseñadora.

Creatividad callejera

Y es que, en la ex colonia británica, la creatividad callejera siempre ha estado presente en este populoso barrio obrero. Pero el encarecimiento de los alquileres, la gentrificación y el deterioro de la economía tras las estrictas restricciones durante la pandemia, el viejo Hong Kong ha sucumbido en favor de los rascacielos o de los edificios de viviendas de protección oficial. 

"Lamentablemente, no ha ocurrido como con los tejidos, que cuanto más fuerte es la unión de los hilos, más tiempo sobrevive la tela. Que cierre el mercado es una terrible pérdida para el gremio, sin duda", comenta Wang. 

La artista explica que el destartalado bazar ambulante, el más antiguo al aire libre, le valió el apodo de "Pang Jai", que se traduce en español como "pequeñas chozas", por su aspecto.

Con sus toldos y chapas remendadas, tenía el aspecto de un campamento temporal que, de alguna manera, consiguió resistir casi medio siglo.

Un Hong Kong que ya no existe 

Moverse por los estrechos pasillos del mercado suponía una experiencia parecida a pasar por el tracto digestivo de una gran bestia textil. Con su caótico laberinto de rollos de tela apilados hasta el techo y transformados en puestos de venta, cada puesto parecía improvisado, con una estructura informal, poco común en una ciudad que favorece cada vez más el orden y la regulación.

No había forma de distinguir un puesto de otro y, al margen de algún letrero casero, era bien difícil relacionar correctamente un tenderete con su propietario. 

Con sus toldos y chapas remendadas, Pang Jai tenía el aspecto de un campamento temporal que, de alguna manera, consiguió resistir casi medio siglo.

Todo comenzó con la construcción del metro a finales de la década de 1970, cuando los vendedores se ubicaron en la esquina de la calle de Yen Chow con Lai Chi Kok Road.

Durante todos estos años, los comerciantes han ayudado a diseñadores, aficionados, productores de cine y teatro o amantes del bricolaje a encontrar algo exclusivo entre su interminable colección de excedentes textiles. Pero el espacio en Hong Kong es un bien preciado, y el número de puestos ambulantes independientes comenzó a disminuir sin cesar al tiempo que comenzaba la ciudad comenzaba su particular proceso de gentrificación.

Así, el Gobierno vio una oportunidad para desarrollar la zona, aunque en un principio reconoció la "contribución única" del mercado al patrimonio, la economía y la industria de la moda local.

Con todo, nadie ha podido salvarlo: pese a que un consorcio propuso un plan para renovarlo y trasladarlo a otras zonas cercanas, muchos de los comerciantes pedían alquileres más asequibles o planes de reubicación que nunca llegaron. 

Hace unos días, el mercado hongkonés más famoso llegó a su fin, y con él quién sabe si el posible final de un distrito modesto pero único, característico por las viviendas sin ascensor o "tong lau", las clásicas casas bajas del siglo XX.

Quien salga de cualquier estación del metro del barrio puede todavía encontrarse con todos esos mercadillos flanqueados por edificios de hormigón, con sus antaño brillantes capas de pintura ahora descoloridas y desconchadas.

Paseando por sus callejuelas, uno se hace una idea de su historia, definida edificios mugrientos y escaleras salpicadas de grafitis, además del encanto del antiguo puerto, un mercado húmedo que emanaba olores penetrantes, casas de empeño e incluso deshuesaderos chinos que forman parte de lo que queda de la cultura local que ha sobrevivido.