El evangelio que leemos este domingo en las comunidades cristianas es Lucas 3,15-16.21-22: “En aquel tiempo, como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: “Tú eres mi hijo; el Amado, en ti me he complacido”.
En esta narración bíblica se nos describe la bella escena del bautismo de Jesús. Este acontecimiento constituye un punto fundamental en la vida terrena de Jesús y descripta por los evangelios.
Los expertos sostienen que los cuatro evangelios canónicos tienen un esquema teológico-topográfico donde ponen a Jesús en cuatro lugares importantes: a) en el Jordán, para ser bautizado, b) en Galilea, comenzando su vida pública, c) camino a Jerusalén y d) en Jerusalén, el lugar santo donde el Mesías debía morir en la cruz y resucitar. Por lo tanto, el bautismo de Jesús constituye el día inaugural donde Jesús sale al público para poner en marcha la obra encomendada por Dios Padre.
* Jesús está en oración: con esto se indica la experiencia interna de Jesús con el Padre. En los grandes momentos de la vida de Jesús él esta orando: en el bautismo, cuando se enfrenta por primera vez con los fariseos, cuando elige a los discípulos, en la trasfiguración y otros momentos. Se “abrió el cielo”, esta expresión indica que la escena fue una verdadera “manifestación (epiphanie) pública a la vista de todo los allí presentes”, esto constituye una verdadera proclamación ratificada por Dios porque quien se bautiza es su Hijo Jesucristo.
* El Espíritu Santo baja en forma corporal de paloma: se ha comparado el Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento con un pájaro que revoloteaba en los orígenes de la creación (Gn 1,2), con la paloma que soltó Noé después del diluvio (Gn 8,8-12), con el águila que incita a su nidada como imagen de la actuación de Dios que impulsó al pueblo elegido hacia un nuevo éxodo (Dt 32,11).
En la llamada literatura rabínica posterior, se ha comparado el Espíritu con la tórtola. Aunque no hay un conceso satisfactorio en los intérpretes bíblicos, los evangelistas ven en la paloma un símbolo del Espíritu de Dios. El Espíritu es dado a Jesús para iniciar e impulsar todo su ministerio público. Aparece la voz del cielo afirmando este es “mi Hijo”, Dios (Padre) lo ama y se complace. Por lo general la voz va junto al trueno. Esta afirmación de Dios Padre es una declaración que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios en la línea del Mesías davídico que se esperaba. Algunos sostienen que esta frase del Padre es la reproducción del salmo 2,7 (salmo de entronización de un rey).
Celebrar el bautismo de Jesús nos hace tomar conciencia el día en que fuimos bautizados. Nos preguntamos: ¿valoro mi bautismo? ¿Celebro todos los años ese nuevo nacimiento a la vida de Dios? ¿Vivo con Cristo? ¿Maduro en la fe año tras año? Ser bautizado significa llevar la huella indeleble de Jesús hasta el último día de la vida. Es vivir una verdadera peregrinación en la fe. Es intentar vivir en el Reino de Dios. El bautizado va tejiendo el día a día de las cosas de la tierra pero dándole sentido mirando las cosas del cielo. El ejercicio de la fe nos ayuda a tomar conciencia de nuestra condición de bautizados porque nos va manteniendo viva la condición bautismal. En una de sus catequesis explicaba Benedicto XVI: “lo que sucede en nuestro bautismo es el comienzo de un proceso que abarca toda nuestra vida, nos hace capaces de eternidad”.
Por P. Fabricio Pons SCD