El 20 de noviembre de 1975 los españoles guardaban silencio porque acababa de morir el dictador en la madrugada, luego de una larga agonía. El riesgo de hablar fuera de casa podía ser peligroso, porque todos eran conscientes de que el aparato represivo que dejaba Francisco Franco no acababa con su cuerpo inerte en un ataúd, previo a la búsqueda de su soñada inmortalidad en el Valle de los Caídos de San Lorenzo de El Escorial a 50 km del centro de Madrid. Nadie sabía ni imaginaba que podía pasar en España a partir de esos momentos.
Desde un enfrentamiento armado o explosivos debates políticos a una imaginaria paz en manos de la monarquía expulsada por la República Española en 1931. Lo que si se tenía muy claro es que la inmensa mayoria del “español de a pie”, como llaman en España al ciudadano medio, ansiaba un mundo en libertad para los casi 36 millones de habitantes de entonces. En medio de toda la preocupación por el futuro inmediato, la inquietud más recurrente que surgía era aquella del miedo a volver a repetir la angustia y el dolor inmenso de la última Guerra Civil (1936-1939).
A los miles de muertos de ambos bandos en aquel lapso de sangre y dolor, siguió la criminal persecución a los antifranquistas, los miles de asesinatos ya con Francisco Franco en el poder, y la dolorosa falta de libertades para todos.
A ello sumar el hambre y la desolación, teniendo en cuenta que España había quedado fuera de la Europa triunfante de la Segunda Guerra Mundial.
Y hubo que esperar casi 37 años de absolutismo, muchas veces calificado de fascista, que terminaría con la muerte de Franco.
A medio siglo del papel clave del rey Juan carlos
Hoy, a 50 años de aquellos momentos, todos en España coinciden, lejos de ser una consideración fácil o ligera, que el papel del rey Juan Carlos de Borbón y Borbón, entonces de 37 años, fue clave para evitar un el nuevo enfrentamiento civil. Y reconocerlo no significa un ramo de flores sino una actitud de justicia para el ahora cuestionado monarca emérito (fuera del trono), cuya imagen ha caído considerablemente por sus públicas historias extra matrimoniales y el dudoso enriquecimiento personal, cuando todos saben que llegó a España a los 10 años desde el exilio familiar en Roma, donde nació, y con lo puesto. Pero, volviendo a su histórico papel mediador en busca de la democracia para el país, la elección de un hombre como Adolfo Suárez, proveniente del entorno franquista, de solo 43 años al asumir la presidencia del Gobierno el 3 de julio de 1976, resultó un acierto de Juan Carlos, reconocido hasta por el partido comunista español en la persona del entonces emblemático líder Santiago Carrillo.
Y el 30 de marzo de 1979 tras las primeras elecciones libres, Suárez sería ratificado como primer presidente democráticamente elegido tras la aprobación de la Constitución de 1978.
Años de transición
En sendas entrevistas realizadas por este periodista a Suárez en Madrid, ya como ex presidente (fotos), este reconoció que “entregó” su vida a España porque los años de la transición demandaban la titánica tarea “de reemplazar casi 40 años de dictadura por democracia y enseñar a las nuevas generaciones que España merecía vivir y crecer en libertad”.
Así, la ideal, aunque compleja transición con el rey como jefe del Estado fue calificada como una aventura política fascinante, “repleta de secretos y peligros, y también de políticos que dieron la talla de estadistas”, según han coincidido periodistas españoles de muy alta calificación, como Fernando Onega (Cadena SER), Victoria Prego (TVE1 y diario El Mundo) o José Oneto (Diario 16 y Cambio 16).
Se hablaba de restauración de la monarquía, pero muchos franquistas, que no querían esta sucesión para Franco, la denominaron “instauración”. Y mientras para muchos autores se trató de una Transición “modélica”, idea que en gran medida quedó en el imaginario popular y en la opinión pública especializada internacional, hay quienes sostienen que “el “posfranquismo’ estableció las reglas de juego instaurando la monarquía y permitiendo que su propia clase política dirigiera el cambio sin que se alteraran las estructuras sociales y económicas existentes”. Pero no fue así. Se trató de un cambio extraordinario y en paz. Porque lo que interesaba a la muerte de Franco, por sobre todas las cosas, fue la democracia.
El rol de la monarquía
Y como lo explicó el periodista Juan Pablo Fusi en su libro “Espacios de Libertad”, “si la Monarquía fue un problema en anteriores experiencias democráticas de la historia de España, en esta ocasión fue la solución”. Y la historia que vino después, con sucesivos gobiernos democráticos hasta hoy, siete jefes de Gobierno y un nuevo rey, Felipe VI, es argumento para otros análisis, muy diferentes y seguramente originales.
Quizá tanto, que lo confirmaría Don Quijote de la Mancha para reconocer que “por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida”, pero tambien que “si gobiernas mal, tuya será la culpa, y mía la vergüenza”. O quizá alentar a sus paisanos, líderes del futuro, con aquello de “confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”.
* Periodista. Fue redactor de la agencia española Europa Press R., TVE1, Antena 3TV, Madrid, y “Gente de la Safor” (Valencia).
Fuentes: Espacios de libertad. la cultura española bajo el franquismo y la reinvención de la democracia (1960-1990) Juan P. Fusi; “La transición democrática en España (1973-1986)”, Javier Paniagua, 2009.

