Cinco meses le demandó a Silvina Martínez producir su actual instalación de gran formato, Santuarios – Rituales del tiempo, que seguramente tendrá un lugar especial en su derrotero. Es su primera muestra individual en la actual sede del Museo Franklin Rawson (hubo otra, una gran retrospectiva de grabado, cuando funcionaba en el Conte Grand). Además, es el cierre de una serie importante en su producción. Y también -como lo dijo Emanuel Díaz Ruiz, director del Museo y curador- es un reconocimiento a una de las grandes artistas visuales de la provincia, prolífica creadora, investigadora, gestora y docente.

Desde Sala 3, el vibrante colorido es un llamador a este último santuario que, paradójicamente, irradia vida. “Sos vos Silvina’, contó que le dijeron el día del estreno, la semana pasada. “Siempre la gente identifica mi obra, una por el exceso de color, acá llevado al extremo, pero incluso en grabado blanco y negro o en cosas más dramáticas’, afirmó en charla con DIARIO DE CUYO, feliz de haber podido concretar este proyecto. “Encarar algo de esta magnitud es un esfuerzo especial, pero era el momento, antes de ponerme más vieja’, bromeó la también mamá de Melina y abuela de Benicio (5), que la acompañan en sus andanzas. “Yo estoy muy agradecida, a todas las áreas del Museo, me han tratado como una reina’, prosiguió quien siendo adolescente comenzó a trabajar gracias a sus dotes artísticas, primero haciendo láminas para docentes y a los 16, contratada por un estudio de arquitectos que construía muebles infantiles, que ella pintaba ya con estilo propio. Y esto sin contar las artesanías y manualidades, que aún realiza. Menos ajetreada, pero todavía envuelta en los ecos de la inauguración, Martínez habló de esta exposición y sobrevoló parte de su historia.

La reconocida artista sanjuanina en el montaje de Santuarios – Rituales del tiempo, que recrea santuarios populares de Latinoamérica. -FOTO Daniel Arias –

– Fue un largo proceso ¿Te gusta el resultado?
– Está mal que lo diga, pero estoy chocha porque al principio no tenía tan claro cómo iba a ser el armado final. Es una obra situada, hecha para un lugar y que se arma en el lugar, por eso el fuerte trabajo de montaje. Además es multidisciplinaria y con diversas técnicas. Tiene desde esculturas textiles a murales y es la primera vez que se pinta directamente sobre la pared en el Museo. Y hay mucho de oficio, mucha manualidad, que es una característica de mis instalaciones, pero he tenido una ayuda bárbara de los chicos del Museo y de Emanuel (Díaz Ruiz) también. Y otra cosa importante es que todo es material reciclado, que se iba armando sobre la marcha, eso es muy mágico. Una creación espontánea de gran dimensión que he disfrutado mucho.

– ¿Es tu propuesta más importante?
– No sé, también hubo otras… Blanqueo, que hice para la tesis del Magíster, fue monumental, se instaló en una cava de la Antigua Bodega; o RIP, que hicimos con Emanuel por el cierre de la Estación San Martín. Lo importante es que es la culminación de una serie que tiene que ver con lo ancestral, con las creencias prehispánicas, un homenaje a esas culturas. Siempre me atrajeron las creencias populares, asociadas con el color latinoamericano y ésta es la culminación de esa línea.

– ¿Y qué viene? Algo estarás tramando…
– (Risas) Tengo muchos proyectos, invitaciones para exponer, para ir afuera…

– ¿Te sentís reconocida en tu tierra?
– En mi tierra sí, no tanto afuera porque siempre he estado muy metida acá y no fui capaz de darme tiempo para expandirme. Pero acá sí, lo veo en la gente que fue a la inauguración, los mensajes, los llamados, los comentarios, la gente joven que está escribiendo sobre mi obra.

– ¿Te arrepentís de no haber buscado esa expansión?
– Sí, porque tenía mucha producción y creo que de un cierto nivel que podría haber funcionado bien afuera. Hice algunas cosas importantes, el Santuario del mosquito se expuso en Buenos Aires, otras en Europa, pero ahora me cuesta más gestionar todo eso. Además hay que considerar lo económico, si no tenés un buen esponsoreo… Sí, me arrepiento, pero me conformo también. Y sobre todo, me alegro de no haber parado nunca. ¿Viste esa foto que te pasé? Tenía 3 años…

Silvina dibujando cuando tenía 3 años.

– ¿Ahí empezó todo?
– Desde que tengo conciencia dibujo, pinto, hago cosas manuales, muy estimulada por mis padres, que si bien no eran artistas, eran muy habilidosos y creativos.

– ¿Qué hacían?
– Mi mamá, Inés, era modista y podía diseñar e inventar cualquier cosa. Mi papá, Alfredo, era contador, pero tenía un pequeño taller de carpintería donde hacía artesanías en madera; también hacía fotografía. Fue muy importante que advirtieran que yo tenía ciertas cualidades o gusto por el arte…

– ¿Las alentaron?
– ¡Claro! Me inscribieron en el ISA (Instituto Superior de Artes), que se había creado hacía un par de años, para hacer el secundario, con el título Maestro de Dibujo. Era casi una herejía por entonces y fueron muy criticados… Yo soy una de los pocos testigos vivientes de la sistematización de la enseñanza del arte en San Juan, porque el ISA fue la primera escuela de artes acá, de ahí pasé a la Universidad Provincial Domingo Faustino Sarmiento y de ahí a la UNSJ. Desde los 13 años hasta que me jubilé, he vivido todo el proceso de enseñanza del arte en San Juan.

– ¿Y quiénes fueron tus referentes?
– Mi profesor preferido fue Federico Blanco, uno de los creadores del ISA. Hubo otros en los que reparé más cuando volví a tenerlos en la universidad, como Polo Suárez Jofré, Justo Barboza… Pero mis grandes maestros han sido mis profesores de grabado: Luis Quesada, de Mendoza, y Nello Raffo, de San Juan; sin quitarles méritos a los que nombré y a Pepe Vilanova. En verdad todos eran muy buenos porque el ISA era revolucionario y de vanguardia.

– ¿Qué valor le das al estudio en tu carrera?
– Ha sido fundamental, no sé si hubiera llegado adonde estoy sin esas carreras, a las que hay que sumarles el Magíster en la Universidad de Chile y las becas en Alemania. Ese camino de conocimiento tiene mucho que ver conmigo. Creo que es difícil producir obra de cierto valor si no estudiás. No solo es talento e inspiración, es estudio y trabajo, en mi caso al menos…

– Mencionaste Blanqueo y RIP ¿Qué otras locuras hiciste?
– (Risas) Mi trabajo final del Profesorado fue la primera performance que se hizo en San Juan, le llamaban happening. Se hizo famosa porque fue en el baño de la Facultad de Arte. Me di el gusto de hacer una obra que incluía música, teatro… Me arriesgué, porque estaba haciendo la especialidad Pintura, se suponía que tenía que ser eso, pero como yo era medio rebelde… Fue un hito para mí porque me di cuenta que podía. Desde el “71 no he parado de exponer y todas son interesantes para mí.

Hoy-Examen-Hoy. Trabajo final del Profesorado de Artes Plásticas (1974)

– ¿Siempre supiste que esto era lo tuyo?
– Bueno, como muchos artistas a veces me he preguntado por qué hacemos lo que hacemos, más aún porque no hay venta de arte en San Juan y se te acumulan un montón de obras…

– ¿Y qué te has contestado?
– Porque no puedo hacer otra cosa (risas). No, sinceramente estoy convencida de que el arte es esencial, es un medio de expresión y de comunicación de ideas, un agente cultural indispensable que no está hecho solo para el goce, sino que lleva a reflexionar, a ahondar en el sentido de las cosas, de la existencia. Se vincula con lo social, lo político, lo económico; y aunque a veces imperceptible, influye en la conducta de la sociedad. Es un disparador, un cuestionador… Entonces digo: “Para algo debe haber servido todo lo que he hecho’.

– ¿Y en lo personal, más allá de un medio de expresión?
– En lo personal el arte es todo, porque para mí todas las cosas de la vida son arte. Yo vivo en el arte. Hacer un jardín es una obra de arte, a mi modo de vestir lo considero arte… Pero sobre todo, el arte es el único lugar de libertad, donde podés tomar decisiones sin ningún condicionamiento.

Blanqueo. Tesis del Magíster en Artes Visuales (2001), instalación y performance.

– ¿Te has sentido más plena como artista, docente o investigadora?
– Las tres. Me encanta enseñar, me costó jubilarme; y la investigación me apasiona, la sigo haciendo. Me gusta lo interdisciplinario, lo grupal, por eso trabajé mucho en teatro, en proyectos musicales… ¡Todo lo relacionado con el arte me gusta! Ese es el problema, porque no me dan los tiempos para todo…

– ¿Siempre te hizo feliz?
– Siempre. A veces te ponés preocupada o rabiosa porque algo no sale, porque no siempre fluye, pero es más el placer…

– Y te ayudó a transitar momentos difíciles, como cuando se quemó tu taller…
– Eso fue terrible, lo peor, perder toda mi obra y esfuerzo de años…. Me había olvidado… Ese fue un momento donde dije “Ya está Silvina, déjate de embromar con el arte y andate a tu casa’, pero no pude. Recién me preguntabas del reconocimiento y ahí hubo una gran demostración, porque a la hora ya había 500 personas ayudándome. Eso fue crucial para darme cuenta de que tenía que seguir. Me costó al principio… ¿Qué pintar después de eso, no? Hubo una serie oscura, una de las pocas… A veces no ponés el llanto en el cuadro, pero eran caserones con ventanas negras, vacías, que daban a la nada. “Vanos vanos’ se llamó esa serie. Ya después retomé lo que estaba haciendo…

El incendio de su Taller de las Artes fue el 23 de marzo de 1999.

– ¿Todo lo que te atraviesa se ha reflejado en tu obra?
– Creo que sí, también he trabajado sobre femicidios, violaciones, derechos de la mujer. Y la finitud de la existencia también se está reflejando… Igual voy llevando una producción paralela hace mucho tiempo, más artesanal y lúdica. Cuando estoy muy agotada, porque esas temáticas me estrujan, me pongo con eso o invento algo, como el proyecto solidario-artístico de las muñecas del trapo…

– Tus padres pudieron verte crecer en esta pasión…
– Sí, mi papá murió en 2007 y mi mamá, con 94 años, en 2018. Los extraño un montón…

– Y quienes los criticaron por lo del ISA ¿Llegaron a verte?
– Algunos, y tuvieron que reconocer que hicieron bien. Quizás también me hubiera ido bien en otra cosa, o no, no sé, pero tampoco había tanto para elegir. Eso era para mí, o yo era para eso…

– ¿Hoy les agradecés a Inés y a Alfredo aquella decisión?
– Hoy y siempre, la mayoría de mis exposiciones han estado dedicadas a ellos. Imaginate estos cinco meses cosiendo, era pensar en mi mamá (se emociona, hace una pausa). En esta inauguración, una persona que la conoció mucho me dijo “La veo acá’, y sí, estaba… Bueno, los dos, porque también he tenido que cortar madera, martillar… Además, por todos los rincones de mi casa hay cosas de ellos o algo que hicieron…

-¿Lo mejor que te dieron fue creer en vos, acompañarte?
– Sin duda.

– ¿Y ahora quién es aquella nena que dibujaba?
– ¡Ay, qué difícil! No sé cómo definirme… Es una emprendedora empedernida, una trabajadora incansable del arte, una máquina de producir ideas.